La Guerra Civil Española
"Unamuno y la heroica batalla del Paraninfo"
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Valiente
es aquel que enfrenta al peligro de una muerte segura en el momento súbito y
dramático de la batalla, aquel que desenvaina su afilada bayoneta para batirse
bestialmente en la profundidad de un monte español contra otro hermano o más
silenciosamente soporta la desesperada vigilia del combate hasta que la primera
bengala surcaba el horizonte del campo de muerte.
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Don Miguel de Unamuno |
De
estas magnas actitudes me hablaban mis mayores, ex combatientes de la Guerra
del ’36 al ‘39, cuando a mediados de la década del ochenta en cálidas
sobremesas mezcladas de aromas de carne asada y materiales de construcción, los
interrogaba sobre el significado del valor y la valentía ante situaciones
límites como la mismísima guerra. Sin duda esos hombres de “pedra e ferro” le
rendían culto al valor de la fuerza física y emocional, dado por las
situaciones que habían atravesado, convirtiéndose en ejemplos vivientes de cómo
se debe enfrentar un drama, superarlo y a la postre convertirse en un
silencioso portavoz de la concordia y el pacifismo confesional, tan apartado
del politizado militante.
De
esta manera, este concepto lo guardé por años dentro de mí estructura
valorativa hasta que tuve la oportunidad de toparme emocionalmente con la
valentía surgida de la disciplina intelectual, donde su campo de desarrollo y
madurez se encuentra materializado y cuajado en años y años de claustro y
biblioteca donde los instructores más enconados no lucen estrellas ni jinetas,
sino solo la autoridad de sus ideas y su verbo: ARISTÓTELES, SANTO TOMAS,
CERVANTES, QUEVEDO, DESCARTES, ROSSEAU, MORO, GALDOS, FEIJOO, entre otros.
De
esa valentía que hablamos en este artículo es la actitud póstuma y genial que
despierta en un hombre que ha esperado algo más de su patria y que además se
siente cansado y vencido, la misma España lo ha llevado a ese estado.
Pero es, en ese preciso instante
donde todo cambia, su vocación y talento ingresa en un proceso mayéutico y
descarga toda su verdad y sentir, aunque le lleve la vida misma. Se encuentra
viejo, descarnado y depresivo, pero su vocación de sabio vasco y salmantino lo enerva
a luchar contra la sinrazón y trata, al mismo tiempo, de mantener encendido un
débil candil de cordura en esa España teñida de rojo y azul que comenzaba a
desangrarse por miles de sus hijos.
Quizás
lo mejor, y para entender en forma más clara y profunda el significado
universal de esta conducta, sea transcribiendo los hechos acaecidos el 12 de
Octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca en los actos
celebratorios del día de la hispanidad de la mano del historiógrafo británico e
ilustre hispanista Hugh Thomas, que en su trabajo denominado la “Guerra Civil
Española”, nos hará vivir en carne propia el valor de la verdadera valentía
ante la muerte y la fuerza de los trasnochados.
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José Millan Astray |
“... Otro hecho notable que
conmovió las líneas de batalla fue el cambio de actitud de los más eminentes
intelectuales de la España anterior a la guerra. En su mayor parte se
encontraban en la España republicana al ocurrir el alzamiento. Firmaron un
manifiesto en el que se pedía apoyo para la República. Las firmas de este
manifiesto incluían las del médico y biógrafo doctor Marañón, el embajador y
novelista Pérez de Ayala, el historiador Menéndez Pidal, y el prolífico
escritor y filósofo José Ortega y Gasset. Sin embargo, el efecto de las
atrocidades republicanas y de la creciente influencia de los comunistas hizo
que estos hombres, que habían tenido una parte tan importante en la creación de
la República en 1931, aprovecharan cualquier oportunidad que tuvieran a su
alcance para marchar al extranjero. Una vez allí, retiraron su apoyo a la
República. Un camino enteramente contrario fue el seguido por el filósofo vasco
Miguel de Unamuno, autor de “El sentido trágico de la vida” y portaestandarte
de la generación del 98. Como rector de la Universidad de Salamanca, se
encontró al principio de la guerra civil en territorio nacionalista. Todavía el
15 de Septiembre, continuaba apoyando el movimiento nacionalista en su “lucha
por la civilización contra la tiranía”. Pero el 12 de Octubre había cambiado.
En esta fecha, día de la Fiesta de la Raza, se celebró una gran ceremonia en el
paraninfo de la Universidad de Salamanca. Estaba presente el obispo de
Salamanca, se encontraba allí el gobernador civil, Asistía la señora de Franco.
Y también el general Millán Astray. En la presidencia estaba Unamuno, rector de
la Universidad. Después de las formalidades iniciales, Millán Astray atacó
violentamente a Cataluña y a las provincias vascas, describiéndolas como
“cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España,
sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano
libre de falsos sentimentalismos”. Desde el fondo del paraninfo, una voz gritó
el lema de Millán Astray: “Viva la muerte”. Millán Astray dio a continuación
los habituales gritos excitadores del pueblo: “¡España!”, gritó.
Automáticamente, cierto número de personas contestaron: “Una “. “¡España!”,
volvió a gritar Millán Astray. “¡Grande!”, replicó su auditorio, todavía algo
remiso. Y al grito final de “¡España!” de Millán Astray, contestaron sus
seguidores “¡Libre!”. Algunos falangistas, con sus camisas azules, saludaron
con el saludo fascista al inevitable retrato sepia de Franco que colgaba de la
pared sobre la silla presidencial. Todos los ojos estaban fijos en Unamuno, que
se levantó lentamente y dijo: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien,
y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado
equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia.
Quiero hacer algunos comentarios al discurso – por llamarlo de algún modo – del
general Millán Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa
personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo,
como sabéis, nací en Bilbao. El obispo – y aquí Unamuno señaló al tembloroso
prelado que se encontraba a su lado – lo quiera o no lo quiera, es catalán,
nacido en Barcelona”. Se detuvo. En la sala se había extendido un temeroso
silencio. Jamás se había pronunciado discurso similar en la España
nacionalista. ¿Qué iría a decir a continuación el rector? “Pero ahora –
continuó Unanumo – acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva la
muerte”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira
de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia,
que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un
inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido
de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay
actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá
muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera
dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza
espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo
como se multiplican los mutilados a su alrededor.” En este momento, Millán
Astray no se pudo detener por más tiempo, y gritó: “¡Abajo la inteligencia!”
¡Viva la muerte!”, clamoreado por los falangistas. Pero Unamuno continuó: “Este
es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando
su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no
convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis
algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que
penséis en España. He dicho.” Siguió una larga pausa. Luego con un valiente
gesto, el catedrático de derecho canónico salió a un lado de Unamuno y la
señora de Franco al otro. Pero esta fue la última clase de Unamuno. En
adelante, el rector permaneció arrestado en su domicilio. Sin duda hubiera sido
encarcelado, si los nacionalistas no hubieran temido las consecuencias de tal
hecho. Unamuno moría con el corazón roto de pena el último día de 1936.” (1)
Quizás,
no valga seguir acumulando ideas en prolongados sintácmas para expresar tanto
valor. Solo me quedo con el recuerdo de un entrañable amigo, el cual, tan
entusiasta por estos temas como quien suscribe y estando de vacaciones por
Salamanca se acercó hasta la Universidad para recorrer sus instalaciones. Luego
de ingresar permaneció un cierto tiempo en el paraninfo, percibió un imparable
escalofrío que recorrió todo su cuerpo y su alma. El viejo vasco se encontraba
allí, sus palabras siguen resonando: hondas y perdurables por los claustros de
la antigua universidad de los campos de Castilla.
Referencias
|
Franco |
(1)
“La guerra civil española”, Hugh Thomas, España contemporánea, Editions Ruedo
ibérico – Libro IV Apartado 42, Páginas 294 a 295. – Extracto de los sucesos:
“Unamuno’s last lecture” de Luis Portillo.
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