miércoles, 3 de octubre de 2012
"PASE PARA DELINQUIR"
(Editorial)
El indulto
Si
Alberto Fujimori es indultado, debe serlo solo sobre bases humanitarias
comprobadas
Miercoles, 3 de octubre del 2012 /////// 07:00 am.
Ya
con ocasión de los anteriores debates sobre la posibilidad de un indulto a
Alberto Fujimori hemos dejado sentada nuestra posición respecto a la existencia
de esta gracia en nuestra Constitución –y, por cierto, en las de muchas otras
democracias–. Así, hemos dicho que se trata de un rezago monárquico que no
tiene por qué existir ahí donde se supone que manda una ley igual para todos y
no el criterio personal de un hombre decidiendo según su leal saber y entender
la suerte de cada cual. Es decir, no debe haber lugar para poderes discrecionales
ahí donde se supone que todos los que están en la misma situación deben tener
garantizados los mismos derechos.
Lo
anterior no quiere decir, sin embargo, que no creamos que un régimen legal
civilizado no deba contener un camino para impedir que las personas mueran o
agonicen en prisión: en un régimen así la crueldad debe ser el patrimonio
exclusivo de los delincuentes. El punto es que este camino no debe ser el de un
poder discrecional (como el que supone el indulto, pese a todo lo que se dice),
sino el de una ley que garantice que todos los que estén en las mismas
situaciones obtendrán el mismo trato; que objetive lo más posible la manera de
comprobar estas situaciones, poniendo como el filtro final del proceso a un
juez y no a un político; y que dificulte así que quienes tienen más poder
reciban un trato diferente –por ejemplo, a cambio de un apoyo partidario–.
Dicho
esto, tampoco pensamos que mientras no exista esta ley deban ser dejadas a su
suerte las personas a las que ella abarcaría, pagando en su propia carne el
precio de nuestras imperfecciones institucionales. Mientras no tenga un camino
mejor, el Estado sí debe usar el indulto para personas en situaciones así –como
de hecho lo hace periódicamente con grupos de reos anónimos–, pero aplicándolo
con los mismos estándares que garantizaría una ley como la que mencionamos.
Esto es, dándoselo a todos los que estén en la misma situación y solo luego de
un proceso de verificación independiente que no deje dudas sobre la misma.
Únicamente
si cumpliese con estos requisitos, este Diario estaría de acuerdo con un
indulto a Fujimori. Y usamos el condicional porque no nos parece, por lo
pronto, que a la fecha haya quedado clara la verdadera situación médica del ex
presidente, con todas sus implicancias.
Esto
significaría, es importante precisarlo, que Fujimori saldría de prisión no
porque no sea un delincuente –el indulto no borra la condena, solo perdona la
pena– ni porque los grandes aciertos que sí tuvo su gobierno de alguna manera
“compensen”, como tantos pretenden, los numerosos y serios delitos que cometió.
Afortunadamente, no existe algo así como un “pase para delinquir” que, haciendo
suficientes méritos, uno pueda conseguir en los estados de derecho.
Tampoco
saldría porque su condición de ex presidente le confiera una dignidad especial
que lo haga merecedor de un trato privilegiado. Si algo hizo Fujimori fue
destruir la dignidad del cargo que ostentaba y que usó, entre otras cosas, para
comprar periodistas, congresistas, alcaldes, generales, prensa chicha,
magistrados, firmas falsas, empresarios, partidos, y hasta una indemnización de
15 millones de dólares para su asesor-narcotraficante: el mismo que juró
durante años que lo había traicionado pero al que, en un despliegue antológico
de descaro, acabó guiñándole el ojo frente a cámaras, en vivo y en directo,
años después (luego, esto es, de haber renunciado por fax a la presidencia y de
haber descubierto que, después de todo, sí era japonés, postulando
consecuentemente para una curul en el Senado nipón).
En suma, si Fujimori es indultado luego de
comprobarse que padece una situación médica extrema, este indulto no debe darse
como un reconocimiento a su trayectoria, sino a pesar de esta y solo porque el
Estado Peruano no debe mostrar, frente a su situación humana, el mismo cinismo
y la misma insensibilidad que él tantas veces desplegó desde el poder.
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