Proclama de Mariano Ignacio Prado el 16 de mayo de 1879 al
hacerse cargo de la Dirección Suprema de la Guerra. Textualmente, el presidente
hace saber que marcha a ponerse al frente de las tropas peruanas, a la cabeza
de valerosos soldados. De ser necesario ofrece el sacrificio personal y jura
que no será nunca el último que se encuentre en los lugares de peligro. Quince
meses después, en su manifiesto de Nueva York de agosto de 1880, Prado
recordaría que “era público y notorio que sufría hace años una enfermedad que
le impedía viajar a pie y a caballo”.
http://cavb.blogspot.com/2010/07/la-triste-historia-de-mariano-prado-el.html
La
ineptitud militar del Director Supremo de la Guerra se manifestó en toda su
crudeza a lo largo de la campaña que terminó con el retiro de las tropas
peruanas de Tarapacá.
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Proclama de
Mariano Ignacio Prado el 16 de mayo de 1879
al hacerse cargo de la Dirección
Suprema de la Guerra. |
La
primera conclusión tras analizar el desenvolvimiento inicial de la Guerra del
Salitre es la renuencia de Prado a asumir la posición de liderazgo que exigía
su condición de comandante general de las fuerzas peruanas. Entre el 20 de mayo
y el 26 de noviembre de 1879 –período de seis meses en el que ejerció la
responsabilidad de Director Supremo de la Guerra– Prado jamás se puso al frente
de las tropas, incumpliendo la promesa que hiciera en su proclama del 16 de
mayo de 1879 (Vicuña Mackenna 1880, 863-864). No sólo no se puso a la cabeza de
los soldados peruanos sino que jamás participó en ningún combate con el
enemigo.
Asimismo,
y contrariamente a lo que escribió en la proclama citada, Prado fue el primero
en alejarse de los lugares de peligro. Se acuarteló en Arica, a 225 km de
Pisagua, a 310 km de Iquique, y a 320 km de Tarapacá. Jamás llegó a este último
pueblo por lo que no participó de la gloriosa batalla que favoreció a los
peruanos. Justificó su ausencia indicando que era “público y notorio que sufría
hace años una enfermedad que le impedía viajar a pie y a caballo” (Basadre
1968-70, VIII: 171). Surge entonces una pregunta. Si Prado no podía viajar ni a
pie ni a caballo, ¿por qué se autonombró Director Supremo de la Guerra?
Ahondando
en su justificación, Prado explicó que intentó llegar a Tarapacá “del único
modo que podía hacerlo, esto es por mar, para desembarcar en alguna caleta,
pero no fue posible porque la [corbeta] Unión no estaba en Arica y ningún
capitán de buque neutral convino en llevarme”. Con justa razón, Jorge Basadre
escribió que si Prado “quiso hacer uso de la Unión, bien pudo hacer que viajara
a Arica” (Basadre 1968-70, VIII: 171).
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Mariano Ignacio Prado, el presidente que fugó del Perú en diciembre de 1879, ante el avance del enemigo chileno. |
Puede
añadirse a lo escrito por el historiador tacneño un par de interrogantes. Si la
corbeta Unión hubiera ido a recoger a Mariano y lo hubiera llevado a Iquique,
¿cómo hubiera hecho Prado para viajar el centenar de kilómetros existente entre
dicho puerto y Tarapacá, si no podía caminar y menos aún montar a caballo?
¿Hubiera dispuesto Prado que se le transportase en litera, al estilo de
Atahualpa en Cajamarca?
Fronteras
de Perú, Bolivia y Chile en 1866, trece años antes de la Guerra del Salitre. El
mapa fue preparado por el cartógrafo J. Gálvez Almeida (Pons Muzzo 1962, 177).
Una
segunda conclusión se refiere a la actitud estática que adoptó Prado como
Director Supremo de la Guerra. Si bien él mismo afirmó que había establecido su
cuartel general en Arica, es más apropiado decir que Mariano fijó su residencia
en dicha ciudad. Si bien es cierto que en sus dos primeras semanas en el sur
del país efectuó cortas visitas a Pisagua, Iquique y Tacna, volvió siempre a
Arica, plaza en la que se sentía seguro.
La
conducta medrosa de Prado, evadiendo el peligro personal e intentando dirigir
la guerra dcsde Arica mediante proclamas, arengas, telegramas, mensajes y
cartas, trascendió inmediatamente entre las fuerzas en conflicto en 1879. El
historiador boliviano José Vicente Ochoa describió así el comportamiento
pusilánime de Mariano, quien siempre se negó a ponerse al frente de las tropas
aliadas: “En Arica, el general Prado, ha dirigido una arenga a las tropas
bolivianas movilizadas, recomendándoles entusiasmo, valor y firmeza,
recomendación que debía comenzar el presidente del Perú por hacerse a sí mismo,
puesto que su inexplicable ausencia del ejército de Tarapacá es sumamente
peligrosa para la Alianza. Al fin Arica es una fortaleza bien artillada y
defendida, mientras que el punto en peligro conocido por los desembozados
planes de Chile, fue siempre Pisagua y las salitreras: ¡Pisagua hoy ya en poder
del enemigo!” (Ochoa 1899, 184).
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Fronteras de Perú, Bolivia y Chile en 1866, trece años antes de la Guerra del Salitre. El mapa fue preparado por el cartógrafo J. Gálvez Almeida (Pons Muzzo 1962, 177). |
La
tendencia de Prado a permanecer inmóvil en Arica y “dirigir” la guerra por
telegrama trajo consigo graves consecuencias para el ejército del Perú. La
principal de ellas es que Mariano sólo tuvo una comprensión superficial de los
problemas de diversa índole que impactaron el ánimo de los soldados aliados.
En
principio, debe señalarse el duro escenario geográfico en que se desenvolvió la
campaña de Tarapacá, dominado por el desierto de Atacama –considerado el más
árido del mundo– con temperaturas que fácilmente podían alcanzar los 38 grados
centígrados. Tras haber perdido el control del mar, los ejércitos aliados no
pudieron recibir provisiones ni pertrechos por la vía marítima. En especial, el
agua tenía que obtenerse en los escasos pueblos que contaban con pozos. Sin
embargo, la cantidad de agua que así podía obtenerse resultaba escasa para
ejércitos compuestos por miles de efectivos. Sin duda, las condiciones de
aridez y el clima del desierto, y la carencia de provisiones afectaron a las
tropas peruanas y bolivianas, mermando su disposición física para enfrentar al
enemigo.
Prado
tampoco tuvo conocimiento adecuado de las intrigas y maquinaciones políticas de
los generales del ejército boliviano –como Hilarión Daza– quien estuvo más
preocupado de retener la presidencia de su país que de recuperar el litoral que
había sido arrebatado a Bolivia. Conservar la presidencia boliviana obligaba a
Daza a mantener intacto el regimiento que comandaba –conocido como “Colorados”–
para poder utilizarlos, de ser necesario en la represión de sus enemigos
políticos. Estas tramas influyeron negativamente sobre buena parte de las
fuerzas bolivianas que se negaron a combatir y desertaron a su país. No obstante,
debe reconocerse que también existieron tropas del Alto Perú que se destacaron
por su desempeño heroico y espíritu de sacrificio.
Otro
factor que debe tomarse en cuenta es la carencia de inteligencia adecuada sobre
la realidad de las fuerzas militares involucradas en las operaciones y la falta
de conocimiento in situ de los territorios en que éstas se movilizaban. Este
hecho explica cómo Prado pudo ser sorprendido fácilmente por el presidente
boliviano Daza, en un episodio que afectó el desenvolvimiento posterior de la
guerra y que resumimos a continuación.
Tras
la caída de Pisagua el 2 de noviembre, Prado dispuso un plan por el cual el
ejército chileno sería atacado desde dos frentes. Una primera ofensiva vendría
del sur y estaría a cargo de las fuerzas peruanas y bolivianas al mando del
general Juan Buendía. Estos contingentes deberían emprender la marcha desde
Iquique hacia el noreste, atravesando Pozo Almonte y Agua Santa.
Por
su parte, las tropas bolivianas al mando del general Daza eran las responsables
de atacar desde el norte. Movilizándose desde Tacna en dirección sureste,
pasando por Arica y Camarones, las tropas de Daza deberían unirse al ejército
de Buendía y juntas propinar una severa derrota al enemigo chileno.
Sin
embargo, el plan de ataque de las fuerzas aliadas fue terminalmente impactado
por la deserción del general Daza. El 16 de noviembre de 1879, desde Camarones,
el presidente boliviano telegrafió a Prado informando falsamente que las tropas
de su país se negaban a seguir avanzando por el desierto y pidiendo permiso
para regresar. Aceptando sin cuestionarlo el informe recibido del presidente
boliviano, Prado telegrafió a Daza ordenándole retirarse: “Ya que el ejército
de Camarones no puede avanzar, creo conveniente, si a usted le parece, que
comience a regresar a la brevedad posible” (Basadre 1968-70, VIII: 124).
La
decisión de Prado se adoptó sin ponderar los graves efectos que tendría sobre
las tropas de Buendía y sobre las posibilidades de éxito de la misión conjunta.
Peor aún, la retirada boliviana no se comunicó oportunamente al general
peruano, quien continuó su marcha esperanzado en la inminente reunión con las
fuerzas de Daza, encuentro que, por supuesto, nunca se produjo.
En
ningún momento Prado pensó en ponerse a la cabeza de las fuerzas peruanas y
salir de Arica para acudir en apoyo de las tropas de Buendía, cumpliendo la
tarea de atacar desde el norte, señalada originalmente para Daza. Prado
permaneció estático en su refugio de Arica, con lo que terminó de sellar la
suerte de las fuerzas aliadas que se movilizaban a marchas forzadas desde el
sur para cumplir su parte del compromiso pactado en el planeamiento original.
El
19 de noviembre, tras la agotadora caminata, las tropas al mando del general
Buendía llegaron a las inmediaciones del cerro San Francisco. Cinco días antes,
el viejo general había recibido un telegrama cifrado de Prado que ordenaba:
“Ataque usted en el acto y sin trepidar”. Horas después, recibió otro telegrama
del Director Supremo de la Guerra en el que contraordenaba: “Espere a Daza”
(Basadre 1968-70, VIII: 128).
En
vista que las tropas al mando del presidente boliviano no llegaban al encuentro
de Buendía, éste envió un emisario que regresó la mañana del 19 de noviembre
con la mala nueva de la retirada de Daza.
Una
vez que se esparció la noticia de la fuga del presidente boliviano, la batalla
de San Francisco se inició de manera prematura, como resultado de disparos
hechos por indisciplinados pero honestos soldados bolivianos, ávidos de entrar
en combate para borrar la mala imagen de Daza. Contribuyó a la desorganización
de las fuerzas aliadas la orden de atacar y luego la contraorden final de no
atacar, comunicada por el coronel Belisario Suárez.
No
obstante esta última disposición, el combate se generalizó de manera rápida. A
pesar de esfuerzos heroicos de las fuerzas peruanas y bolivianas, los chilenos
pudieron cañonearlos con impunidad, parapetados en las alturas del cerro. Las
fuerzas aliadas rechazadas por los chilenos en San Francisco se retiraron del
campo de batalla en horas de la noche, luego de combatir desde las tres de la tarde.
Mientras
peruanos y bolivianos se batían en San Francisco denodada pero
desorganizadamente, y mientras muchos de ellos morían como héroes luchando
contra el enemigo –como el inmortal cusqueño Ladislao Espinar– el Director
Supremo de la Guerra, estacionado en Arica, cavilaba acerca del derrumbe aliado
de los últimos quince días y se preguntaba si no había llegado la hora de dejar
de dirigir la guerra por telegrama. En pocos días más, Prado abandonaría Arica
súbitamente y regresaría a Lima, en lo que sería la primera etapa de su fuga a
los Estados Unidos y Europa.
Obras citadas:
-Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la República
del Perú. Lima: Editorial Universitaria, sexta edición corregida y aumentada,
vol. VIII.
-Ochoa, José Vicente. 1899. Diario de la Campaña del
Ejército Boliviano en la Guerra del Pacífico. Sucre: Tipografía y Librería
Económica.
-Pons Muzzo, Gustavo. 1962. Las fronteras del Perú:
Estudio histórico. Lima: Talleres Gráficos Iberia, S. A.
-Vicuña Mackenna, Benjamín. 1880. Historia de la
Campaña de Tarapacá. Santiago de Chile: Imprenta y Litografía de Pedro Cadot.
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