miércoles, 20 de junio de 2012
¿Qué cultura va a tener, un indio chumeca como Lorenzo Morales?
!Que cultura va a tener si nació en los cardonales¡http://www.etnoterritorios.org/index.shtml?apc=p1c3---&x=574
La intención del viaje era poder conocer un poco más sobre los habitantes
de esta zona, su economía, de cómo es la cultura de sus pobladores que
hoy orgullosamente se reivindican como negros, en un municipio y
departamento tradicionalmente descritos como una cultura de “campesinos,
hacendados, comerciantes e industriales del sector de los lácteo”. Detrás de
estos términos se esconde una etnia indefinida, que seguramente es
significativa no solo en términos económicos, o políticos, sino culturales.
Y me gustaría hacer especial énfasis en la cultura y el territorio;
mucho se ha escrito sobre esto, sin embargo me quiero arriesgar en la idea de
presentar una crónica un poco extraña para esta página web, que trata
otros temas, pero que desde mi perspectiva tienen profunda relación.
Antes de seguir soltando palabras en la página, debo advertir que yo
nunca entendí el vallenato, nunca fue mi música favorita, no compre nunca un LP
o CD de ésta música. Es más, siempre rogué que al subirme a un
transporte urbano de Bogotá, mi ciudad natal, el conductor no
tuviera en la radio música vallenata o que tuviera otros gustos musicales
seguramente salsa o balada pop o…, pero el milagro nunca se hizo, así que
terminé por cerrar mis oídos a esta música que con gran frecuencia se escucha
en el transporte público y no pensar en ella. Es más, mi peor temor era que
algún día yo misma, me sorprendiera tarareando un vallenato que yo clasificaba
como “ramplón”; de esos que uno aprende aunque no quiera, a fuerza de
escucharlos.
Pero por otro lado sabía que había un vallenato de la vieja guardia,
ese que con poca frecuencia pasan por la emisora de “la vallenata”… que me
gustaba porque me remontaba a esa época en la cual el interior de país era
alegrado con las diferentes manifestaciones de la música costeña, de la música
negra, de la música de esos que llevan el alma ligera y que ríen por nada,
simplemente por el placer de estar vivos, o de hacer una broma a algún amigo o
porque “ajá”... -Y aunque esto parezca un estereotipo, yo tengo en mi memoria los
rostros adustos y tensos de la gente en las calles Bogotanas como referente.
Ese vallenato de vieja guardia que yo extrañaba, y que creía que
debía ser tocado con guitarra para que fuera de vieja guardia, ese, del que
nunca me preocupe por saber nada, me ha tocado en vivo y en directo, de la
propia voz de sus cantautores, en sus casas, con la historia de cada canción,
del amor que lo inspiró y del paisaje que se narra en él.
“Que cultura, que cultura va a tener,
un indio chumeca como Lorenzo Morales?
Que cultura va a tener
si nació en los cardonales?”
¿Y saben qué son los Cardonales? Un corregimiento a media hora de
Valledupar, se llama los Cardonales de Guacoche, donde nació
Lorenzo Morales. Este corregimiento hoy en día tiene aproximadamente 2900
habitantes, los cuales muy recientemente, (menos de 10 años) se reconocieron
como población afrocolombiana, aunque la mayoría de sus habitantes son
negros, negros en distintas tonalidades, pero finalmente negros, orgullosa y
genialmente negros; y por ello, han decidido constituirse en un consejo
comunitario.
Los cardonales son cactus gigantes, propios de zonas desérticas, lo
cual es una señal de que el Valle del Cacique de Upar está terminando para
darle paso al paisaje medio desértico del sur de la Guajira.
Los cardonales de Guacoche es el límite del municipio y del
departamento con la Guajira, en la zona nororiental; parte de la frontera es el
río César, otra parte es un camino real que aún existe y por donde se toma
hacia Urumita. Luego de 20 minutos de camino llegamos a la
tierra de Emiliano Zuleta, aquel que retó a Lorenzo Morales a una piquería, es
decir a un duelo de versos cantados acompañados por acordeón, para ver quién es
el mejor y así, arreglar o agravar las disputas.
En los Cardonales de Guacoche, las comunidades me llevaron a que
conociera a algunos de los pocos juglares vallenatos de la vieja guardia que
quedan vivos, para que comprendiera la manera como se vive en esta zona. Me
llevaron a la casa de José Vicente Munive, un hombre de 76 años, que como todos
los juglares se dio a rodar por cada corregimiento y cada municipio, tocando
música Vallenata, componiendo a todas las mujeres que fue amando a lo largo de
esos recorridos, componiendo a la vida y a la parranda. Dicen que Diomedes Días
cantó y grabó en 1984 y 1985 algunas de sus canciones*, y también dicen algunos
expertos de la música vallenata que el maestro Munive fue quien lo
invitó por primera vez a tocar la guacharaca, en uno de esos recorridos y le
pagó los primeros 500 pesos a Diomedes en su vida como
músico.
El maestro Munive hizo dinero cantando de pueblo en pueblo y con ello
compró algunas vacas y algo de tierra, pero hace como 15 años las FARC lo
extorsionaron, hasta dejarlo en la ruina, solo le quedó su compañera Carmen a
quien le ha compuesto muchas de sus canciones. Y heme allí un día cualquiera de
la semana del mes de agosto de 2010, yo, en el patio de su casa, tomando tinto
a las 2 de la tarde y el maestro tocando con pasión y con orgullo algunas de esas
canciones que le compuso. En ellas le agradece la fortaleza que le
infundió en los momentos más difíciles con tanto sentimiento que
debe parar de cantar y de tocar el acordeón pues las lágrimas no lo dejan
cantar, se atraviesan entre las notas del acordeón y la garganta. Este hombre
sereno, a su edad, reconoce el valor de esas lágrimas y de la nostalgia.
Pero mi recorrido no termina ahí. En los siguientes dos días fui a
otros tres corregimientos donde me encontré con lo más parecido al origen del
vallenato, ese que se siembra en la tierra con las callosas manos de maestros
que van al campo, labran, siembran y cultivan la comida, luego ordeñan las
vacas y a la tarde le enseñan a sus nietos el toque del acordeón. Esta
tradición comenzó con los cientos de trabajadores de las grandes haciendas
algodoneras y ganaderas que desarrollaban sus labores en la tierra o
del cuidado de las vacas, al compás de los cantos de vaquería y que a su vez
posibilitaron el desarrollo económico de esta zona, convirtiéndola en un centro
de comercio, propicio por demás para las migraciones de todo tipo de personas
con apellidos raros, como Dangond, Lacouture, Douglas y Baute, que hoy día
parece ser todo un patrimonio en la región.
En medio de semejante prosperidad económica, acompañada de música, de
historias cantadas, de anécdotas que se convirtieron en leyendas y del trabajo
incansable de negros, indios y mestizos en las tierras de familias adineradas,
se produjo la necesidad de que naciera el departamento del Cesar y se escindiera
del Magdalena y de la Guajira. Y así fue. Hubo un nuevo departamento en 1967.
El nacimiento del mismo no mejoró significativamente la calidad de
vida de sus muchos habitantes negros o indígenas. Los indicadores sociales del
departamento presentados en el plan de desarrollo del actual gobernador así lo
muestran. Tampoco mejoró su acceso a la tierra o las condiciones de
productividad o laborales. Un ejemplo de ello es que ninguno de los
corregimientos visitados tiene agua potable, el acueducto lleva agua del río a
las casas y en ocasiones por los grifos se cuelan pequeños peces y hasta
lombrices. Por ello el agua con la que cocinan deben comprarla a negociantes
particulares que la llevan en galones dos veces por semana.
Con la construcción de la carretera entre Valledupar y Santa Marta y
entre Santa Marta y Barranquilla, con la tecnificación del agro, ya el ganado
no se pastorea hasta Tasajera en el departamento del Magdalena, que
era el destino final de la vacas. Ahora se lleva en camión. Ahora ya hay
frigoríficos en la ciudad, la carne se transporta en canal, es decir ya lista
para el consumo (tasajeada). Ahora los vaqueros aprendieron a vivir de otra
cosa y seguramente compiten por los pocos puestos de trabajo que ofrece la
industria de la palma africana.
Y después de mi recorrido en donde me quedó claro que la música
vallenata se hace con un instrumento de origen europeo (acordeón), uno de
origen africano (tambor) y uno de origen indígena (guacharaca), me pregunto por
qué en la historia oficial que aparece en la página web de la gobernación y en “Colombia:
un país de Regiones” o en “Valledupar, música de una historia” y otros tantos
textos que he revisado buscando los temas étnicos, sólo encuentro referencias
de grupos indígenas y casi nada de los grupos de afrocolombianos como
pobladores también de la región. Seguramente son asimilados como campesinos
aunque la muestra de su existencia esté ahí, en la voz del maestro Sebastián
Sarmiento, del mismo Lorenzo Morales y de tantos otros que siguen cantando para
existir, existen para recordarnos que se puede hablar tranquilamente de afrocesarences.
Sólo me resta decir que me encontré en las casas y en la
música, unas historias fantásticas de las culturas negras y africanas, de su
magia, de su medicina y de sus ritos, tan vivos y tan presentes en la
cotidianidad, y me sorprendió ver como lo mayores (abuelos) van transmitiendo
estos saberes a niños y jóvenes para preservar la memoria cultural de las
comunidades.
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