Pompas
Fúnebres de los Héroes de la Guerra del Pacífico (Parte I)
Cuando el Perú lloró a
sus combatientes…
Por: Lita Velasco
Asenjo
Dolor, emoción,
frustración… Sentimientos que acompañaron a la comitiva que marchó el 15
de julio de 1890 para inhumar, en el Cementerio General de Lima, los restos de
héroes que se inmolaron en Angamos, Arica, Iquique, Alto de la Alianza, Tacna y
Huamachuco, en defensa de nuestro suelo patrio.
Revisar las crónicas
de esa época conmueve, nos hace sentir más peruanos. Es admirar la valentía de
personajes que dieron su vida para dejarle a la posteridad una lección de
entrega, honor y sacrificio.
“Ningún hombre es tan tonto como para
desear la guerra y no la paz;
pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba,
en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos”
Herodoto
Había trascurrido diez
años desde el traslado a Lima de los restos del coronel Francisco Bolognesi,
Comandante Moore y el Teniente Coronel Ramón Zavala. El diario “La Opinión
Nacional” del 6 de julio de 1880 daba cuenta, entonces, del gran
recibimiento que les tributó el pueblo peruano, en el puerto del Callao, a
donde llegaron a bordo de “La Limeña”. Ese día y al siguiente que fueron los
homenajes e inhumación en el Cementerio General (Presbítero Maestro), la ciudad
se tornó gris, acompañada de una fina garúa, caída desde la medianoche.
El periódico “La
Patria”, en primera plana, describía el panorama de Lima como algo
sorprendente. Las calles –dice-
lucían húmedas y colmadas de gente que iba y venía de la Estación de
Desamparados para acompañar a los caídos en Arica. En señal de duelo, los
establecimientos y oficinas del estado cerraron, enarbolando la bandera a media
asta. El dolor de los transeúntes estaba cargado de plegarias y frases que
alentaban a los que aún seguían peleando en defensa del suelo patrio.
Las campanas de las
iglesias tañeron, las sirenas de los bomberos se dejaron escuchar, las salvas
de cañonazos, anunciaban el paso de estos grandes hombres, acompañados por una
comitiva que llenaba cuadras de cuadras, en un hecho sin precedentes. Dolor,
dolor, tras dolor.
Esto había ocurrido
hacía diez años y el pueblo peruano una vez más reviviría ese dolor al recibir
los restos amados de hijos, padres, hermanos… que habían sucumbido en distintos
frentes de batalla ante las huestes chilenas. La diferencia en esta ocasión era
que algunos de estos cuerpos estaban en poder del país del sur, por lo que
tenerlos nuevamente en casa, atenuaba en algo las penas.
Gracias a un proyecto
de ley, presentado al Congreso por Pablo Seminario el 7 de octubre de 1889, se
solicitaba al gobierno se diera una ley para solicitar los restos de Miguel
Grau y la construcción de un mausoleo para albergar a los héroes de la Guerra
del Pacífico.
El pedido fue
respaldado por el diario El Comercio y por otros diputados piuranos. Entre
ellos: Genaro Helguero, Felix Manzanares, Nicanor Rodríguez, José Lama, Augusto
Vegas. Por los senadores Montero, gran amigo de Grau, Fernando Seminario y
Francisco Eguiguren, logrando el respaldo del entonces presidente de la
República Andrés A. Cáceres, quien –el 03 de junio de 1890- da un Decreto
Supremo que disponía el traslado de los restos de quienes dieron su vida por la
Patria y sucumbieron en Angamos, Arica, Alto de la Alianza, Tacna y
Huamachuco.
HONORES EN CHILE
Para efectos del
traslado de restos de Miguel Grau, que se encontraban en el Cementerio General
de Santiago, en el mausoleo del General don Benjamín Viel, se nombró una
comisión para tratar el asunto, presidida por el Capitán de Navío Melitón
Carvajal (sobreviviente del Huáscar) e integrada por el Capitán de Fragata
Pedro Gárezon, comandante del monitor y el Coronel Manuel C. de la Torre,
combatiente del Morro de Arica.
Las gestiones ante el
gobierno chileno se realizaron en buenos términos y se fijó la fecha de
repatriación de restos, tanto del Héroe de Angamos como de otros valientes
combatientes que se encontraban en el Cementerio General de la División,
para el viernes 27 de junio.
El presidente chileno
de entonces, José Manuel Balmaceda
Fernández, dispuso se les tributase honores militares y que el crucero
“Esmeralda” escoltase con un nutrida comisión a bordo a la cañonera “Lima”,
hasta el Callao. Los integrantes eran el Obispo de Serena don Florencio de
Fontecilla, el Capitán de Navío Constantino Brannen, el Auditor de Marina
Manuel Díaz, el Coronel Ricardo Castro, el Presbítero Javier Valdés Carrera y
el Cirujano Florencio Middleton.
Diarios chilenos le
dedicaron a Grau páginas enteras resaltando sus virtudes de caballerosidad y
generosidad. Delegaciones de embajadas, autoridades del gobierno, regimientos
de artillería y caballería, bandas de músicos, amigos y público en general
acompañaron al cortejo fúnebre a la estación del tren que iría hasta
Valparaíso. Junto a ellos marchaba el Ministro Plenipotenciado del Perú en
Chile, Carlos Elías, amigo íntimo de Grau, quien tuvo un papel trascendente en
torno a la repatriación.
TRAS OTROS HEROES
La cañonera “Lima”
partió de Valparaíso el 28 de junio, a las 4.30 de la tarde. Durante su retorno
al Perú fue recogiendo a otros caídos en combate. Pasa por Antofagasta y recoge
a soldados no identificados; Mejillones, dónde acoge los restos de Elías
Aguirre, José Melitón Rodríguez y Diego Ferré. En Iquique, los restos de
los comandantes Espinar y Sepúlveda; mayores Perla y Figueroa, capitanes
Fernández, Rivera y Olivencia; tenientes Velarde, Cáceres y Marquezado; corneta
Mamani; sargento Carrillo, soldado Condori y dos oficiales no identificados. En
Arica recibe parte del cuerpo del Coronel Alfonso Ugarte, del Subteniente
Andrés Ugarte, del Teniente Andrés Medina, del Cabo Alfredo Maldonado, de
maquinista Aníbal Alayza.
En tanto, en la
embarcación “Santa Rosa” se dirigían también a Lima los restos de los
héroes trasladados de Huamachucho, General Pedro Silva, Capitán de Navío
Luis Germán Astete, de los Coroneles Leoncio Prado y Emilio Luna y del Mayor
Santiago Zavala.
Los restos de estos
ilustres personajes y los que iban en la cañonera “Lima”, llegan al Callao el
domingo 13 de junio. Fueron recibidos por el presidente Cáceres, ministros,
altos funcionarios, oficiales del Ejército, de la Marina, así como por
una conmovida multitud que abarrotaba el puerto y se apiñaba para ver el
descenso de los héroes.
Encabezada la comitiva
de desembarque Miguel Grau, que iba en una urna, cargada por los cadetes de la
Escuela Naval. Le seguían los ataúdes del resto de héroes, llevados en hombros
por delegaciones organizadas para tal fin. Fueron depositados en la capilla
ardiente alzada en la iglesia Matriz del Callao, donde se les rindieron los
honores con gran pompa. Cientos de miles de personas, llegadas de todas partes
del país, invadieron las calles aledañas y se turnaban para ingresar a venerar
y llorar la partida de sus seres queridos.
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