John North, el Rey del Salitre
Chile y su fatal corolario de la Guerra del Salitre
Cuando la declaración
de ir a la guerra con el Perú había sido tomada por el gobierno de Chile, esto
es el cinco de abril de 1879, [1] trabajaba ya en las pampas del caliche
en Tarapacá un aventurero inglés llegado a esas costas peruanas por el año de
1870. Más tarde el modesto personaje habría de cosechar fama y fortuna sobre la
base de la miseria y el despojo de los propietarios y trabajadores peruanos.
Por entonces era inminente e inevitable la guerra.
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Jhon Thomas North |
Ayudado por un
salitrero peruano en el conocimiento, extracción y explotación del salitre,
John Thomas North se habituó pronto con el duro clima cuanto con los detalles
del mineral, sustancia cuya riqueza, sustituto de otra, el guano, trocaría muy
pronto protagonista de una dramática historia con el fondo trágico de tres
naciones en desigual lucha.
Rotas las hostilidades
y muerto ya Miguel Grau y los heroicos comandantes del Huáscar, se
había de producir el desembarco en las mal guarnecidas, escasamente defendidas
y peor avitualladas costas peruanas. Esto fue en Pisagua [2]. Después
del bombardeo y posterior descalabro aliado en San Francisco, que dio lugar a
la ocupación de la rica provincia litoral de Tarapacá, el jefe de las fuerzas
expedicionarias Patricio Lynch [3] tuvo contacto y se percató de la
presencia de este inglés con el que conversó y buscó sacar partido. El
servicial North, recibió entonces la comisión para equipamiento y suministro de
los transportes de guerra, tarea por la que recibió en pago 40,000 quintales de
guano peruano, que colocados a buen precio hubieron de reportarle la base de
una inesperada y considerable fortuna inicial.
El sorpresivo y
adverso resultado de la batalla de San Francisco [4], la inmediata
victoria de Tarapacá -inútil en cuanto a la detención de la invasión chilena- y
la fijación de la débil línea de defensa de Arica llevó consigo la quiebra del
valor de los bonos salitreros de Tarapacá, la mayoría de ellos en poder de
peruanos, y, en general, de todos los tenedores de aquellos títulos. El momento
se mostraba especulativo. North con la ayuda de su paisano Jeffrey Harvey,
convertido ahora en banquero y usando los dineros de influyentes financistas
chilenos de Valparaíso, a quienes convenció para el préstamo inicial con el
afianzamiento de un consorcio peruano ante los tenedores de bonos en
Inglaterra, adquirió, a precio de regalo, los bonos de los salitreros peruanos
quienes presionados por el codicioso inglés hubieron de ceder sin remedio.
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Don José Manuel Balmaceda Fernández
Presidente Chile 1891 |
Entonces North
negociando ventajosamente con aquellos individuos en trámite de ruina, se
transformó, muy pronto, en el tenedor exclusivo de los derechos salitreros y
con ello adquirió el manejo total de la lucrativa industria. Una vez que el
gobierno chileno hubo dispuesto la entrega de las oficinas salitreras a los
tenedores de los respectivos títulos, la riqueza de la provincia ya no
regresaría a otras manos que las del afortunado North. Tampoco Chile habría de
gozarla.
Para dar valor
soberano al patrimonio, protegerlo y dotarle de potenciales efectos, el
flamante financista viajó a Inglaterra y en Londres formó una docena de
compañías, subsidiarias unas de otras, con un capital declarado, en 1890, de
doce millones de libras esterlinas. Aquellas empresas controlaron la fuerza
eléctrica, los comestibles, el aprovisionamiento, los repuestos, los
transportes marítimos, los seguros, las agencias de embarque, las faenas
portuarias, el agua potable, los ferrocarriles de la pampa, el carbón, los
textiles. Con estas empresas no sólo dominó la industria salitrera sino todo
Antofagasta y su vecina Tarapacá. En 1888, estas compañías dirigidas por North
crearon el Banco de Londres y Tarapacá, independizando el salitre
de la tutela bursátil y económica, que aunque disminuida, ejercían los bancos
de Valparaíso.
La central del Banco
estaba en Inglaterra, su principal agencia en Chile quedó instalada en Iquique.
El gerente general de esa entidad en el nortino puerto, capital de Tarapacá
había de ser el señor Dawson, quien en la práctica pasó a ser una especie de
embajador plenipotenciario de North ante el gobierno chileno [5].
Así, la Compañía
de Nitratos de Liverpool, otra de las empresas de North, en momento que los
abonos nitrogenados alcanzaban una considerable demanda de una Europa
empobrecida por siglos de explotación de sus tierras, de las cuales Alemania y
Francia encabezaban la lista, empezó un inusitado auge. Agréguese a esto el importante
insumo que representa el salitre en la fabricación de la pólvora, tan demandada
en todos los tiempos.
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Junta revolucionaria en Iquique,
presidida por Jorge Montt, 1891 |
El otrora modestísimo
aventurero inglés, arribado alguna vez a las costas de Tarapacá con algo más de
10 libras esterlinas en el bolsillo, inauguraba ahora un imperio personal a
cuya cabeza habría de ubicarse por mucho tiempo. Encumbrado desde su modesto
oficio de mecánico en Antofagasta hasta el del más opulento del mundo
occidental, el Rey del Salitre, como gustaba llamarlo la prensa británica, o el
coronel North, como le gustaba a él, convirtió los ricos territorios de
Antofagasta y Taltal en un estado dentro de otro estado. Al norte del paralelo
27 era el amo.
Resulta importante
entonces dar a conocer, con mayor detalle que el expuesto hasta aquí, los
acontecimientos preliminares que finalmente resultaron favorables para este
paradigma de especulación:
La consecuente
ocupación de Tarapacá y Antofagasta produjo la explotación del salitre por
cuenta de Chile; el invasor cobra los derechos de exportación de todas las
oficinas chilenas y extranjeras, pues había intereses ingleses entre ellas y
hace trabajar las de los peruanos mediante concesiones. Estos en su mayoría
empresas inglesas radicadas en Valparaíso. Para los peruanos el procedimiento
les resultó fatal, especialmente a quienes bajo el peso de los acontecimientos,
optaron por vender sus derechos en la bolsa internacional tuvieron que hacerlo
a precios miserables. Chile no mostró interés en la adquisición del rico
patrimonio por carecer de una política hacendaria sagaz y de esta forma hacerse
para el Estado de todo el crédito peruano. Fuera de las ofertas directas de los
peruanos en ruina hecha a industriales ingleses, el resto de acciones quedó
entregado a la bolsa de Londres.
En esta situación,
desde 1882, John Thomas North asociado con Jeffrey Harvey, con la garantía del
Banco de Valparaíso adquirió las acciones peruanas en Londres. Para 1886, North
poseía el 40 % de los títulos peruanos puestos a la venta y todas las
salitreras que como resultado de su examen probaron un adecuado rendimiento.
Compró luego todos los aportes iniciales incluyendo los de su socio Harvey
constituyéndose desde entonces en el árbitro salitrero del más alto rango.
Sin embrago, este
abrumador auge monopólico, durante la administración gubernamental de un
influyente político de la burguesía chilena, se habría de tornar escamoso para
North.
Don José
Manuel Balmaceda Fernández, miembro de la poderosa clase aristocrática, que
aunque liberal en sus propósitos, seguía con molestia y ostensible desagrado el
destino y suerte del magnate del Norte, para quien la compañía del nitrato y
sus múltiples negocios afines afectaban, además del lucro, un poder creciente
sobre los hombres de gobierno al igual que sobre sus numerosos peones y
empleados.
Desde la más simple gestión administrativa hasta el nombramiento o reemplazo de
funcionarios propios o del gobierno en el Norte, requería de la inexcusable
venia del acaudalado, representado por Dawson.
Se glosan los
elocuentes créditos que sobre estos extremos ha escrito don Mario Barros van
Buren, del servicio diplomático de Chile, en su libro Historia
Diplomática de Chile[6]:
"Para mover un empleado público, para empedrar
una calle, para decir un discurso, para dictar un reglamento de aduanas,
había que consultarle. Los grandes magnates chilenos lo elevaron a su nivel sin
la menor dificultad. North se siguió encumbrando por encima de esa aristocracia
monetizada que tan humillada se le ofrecía. Su abogado en Santiago, don Julio
Zagers, se convirtió en el árbitro de la política chilena. De su "carta
blanca" salían los fondos para de las elecciones, las coimas para los
empleados difíciles, los regalos para los incorruptibles, los grandes bailes
para la sociedad. Las listas de diputados y senadores solían pasar por sus manos,
porque los partidarios requerían el "consejo y la colaboración" del
gran hombre de la City. Los documentos han echado luz sobre la enorme
corrupción que North sembró sobre una clase social que, cegada por el oro,
torció una de las tradiciones más nobles de la historia chilena: Su austeridad.
Si bien la profecía de don Manuel Montt de que el salitre pudriría las riquezas
morales del pueblo chileno no se cumplió en toda su extensión, podemos decir
que engendró a una capa social sobre la que descansaba, precisamente, la
estabilidad institucional de un régimen y una tradición de mando."
Chile, por lo
expuesto, no ejercía soberanía efectiva en el norte calichero por ser predio
ajeno o considerarlo así su omnímodo dueño. Allí la voluntad de North era la
única valedera.
Impuesto Balmaceda de
esta realidad, decidió revertir de alguna forma esta vergonzosa situación, pues
estaban sometidas a prueba la soberanía y dignidad nacionales. No resultaba
ajeno a su verdadero espíritu que era tiempo de rescatar para Chile el goce total
de la riqueza conquistada al Perú y a Bolivia, no con poco esfuerzo y sangre,
por vía de la guerra.
Pese a que no
inspiraba en el estadista la idea de la nacionalización, por ser un económico
liberal, trató de promover un trato igualitario al capital chileno con el
inglés para la explotación de la riqueza salitrera del desierto nortino, pero
esta política en sus inicios era reducida y sin mayor importancia. De alguna
forma a Balmaceda, que había sido ministro de Santa María, también le alcanzaba
alguna responsabilidad.
Se redujo entonces su
política salitrera a la explotación de los yacimientos no denunciados, la
mejora del rendimiento de las empresas lentas o con rendimiento antieconómico.
Subió moderadamente los impuestos de exportación para aplicarlos en obras
públicas. Es decir, una tímida reacción inicial frente al poderío del
británico. Empero, en abril de 1887, dictó un decreto que ponía fin a los
certificados salitreros en venta en Londres revindicándolos para el gobierno.
Compró bonos salitreros en poder de tenedores europeos por un valor de
1,114,000 libras esterlinas, esto es, 65% del valor nominal de estos derechos
con empréstitos que le fueran aprobados por el Congreso. Para 1890, Balmaceda
había rescatado para Chile 71; 60 oficinas salitreras que el gobierno peruano
había declarado en abandono y todos los yacimientos potenciales de denuncio, descubiertos
pero no explotados.
Balmaceda corregía así, junto a su error, el de la política suicida del
gobierno de Santa María [7] en estos importantes extremos. Pasó entonces
a una clara y activa cruzada. Aunque, el conjunto de patrimonio salitrero
rescatado no podía competir con las 21 oficinas de North y su abrumadora
maquinaria industrial y económica, si permitía ensayar un trato de igual a igual
con el potentado.
Enterado el poderoso
minero, en su palacio de los suburbios de Londres, de la campaña abierta por
Balmaceda para recuperar el salitre, decidió formalmente que era tiempo de dar
la batalla; fletó un lujoso navío de pasajeros, invitó a los más conspicuos
periodistas de Europa, y después de veinte años de ausencia de las costas
sudamericanas emprendió el largo recorrido de retorno a la fuente de su riqueza
original. El despliegue de la propaganda fue de la magnitud que sólo él era
capaz de proporcionarse.
Ingresó al Pacífico desde Punta Arenas [8], lejano y pequeño apostadero
sobre el Estrecho de Magallanes, donde permaneció algunos días, continuó luego
el viaje y pasó de largo Valparaíso, finalmente se presentó en Iquique, allí
fue recibido por sus entusiastas trabajadores y las obsecuentes autoridades
chilenas, que veían en él, nada más ni nada menos, que al patrón que retorna a
su hacienda.
Los gastos por las
fiestas que siguieron al acontecimiento corrieron de cuenta de la compañía del
nitrato. Es decir, se dispuso que en tanto North permaneciera en Chile todos
los gastos de los trabajadores de las oficinas salitreras serían de cuenta de
la empresa.
Finalmente, el inglés
decidió negociar directamente con Balmaceda en términos pacíficos. Tomando la
iniciativa y pensando de anticipado en el éxito de sus planes, pues había
embarcado en las bodegas de la nave que lo condujo una fina pareja de caballos
de raza árabe y en la bahía de Iquique había hecho descender buzos para
rescatar el mascarón de proa de la corbeta Esmeralda, hundida al
espolón por el Huáscar el 21 de mayo de 1879, dispuso remozar
la pieza, de gran significación para Chile por cuanto representaba la valiente
inmolación del capitán Prat; mandó darle un baño con plata de Calama y con
estos preciados símbolos de la opulencia y la dignidad nacional dio al ancla en
Valparaíso a donde llegó después de un mes de su arribo al continente.
La entrevista de Rey
del Salitre con el presidente de Chile fue como era de esperarse, fría y estrictamente
protocolar, habida cuenta del temperamento del mandatario chileno y la soberbia
del minero inglés. Balmaceda agradeció los obsequios, dispuso de inmediato que
los caballos, finísima muestra equina de raza siríaca, se encargaran al
zoológico de Santiago, entonces la Quinta Normal, y el rutilante mascarón de la
Esmeralda fuera conservado por el Museo Militar. El mandatario chileno con esta
resuelta actitud confirmaba su firme propósito de rescatar para Chile la
riqueza del salitre. Avisado por este y otros gestos del fracaso de sus
propósitos, el inglés dejó el palacio de La Moneda y abandonó las costas
chilenas para no regresar jamás.
Poco tiempo después de
la partida de North la armada nacional, surta en Valparaíso, se rebeló contra
Balmaceda; levó anclas y se hizo a la mar llevando a su bordo a los
protagonistas de la insurrección; fondeó en Iquique donde Jorge Montt, cabeza
de la revolución, quedó investido de la jefatura de la Junta del Gobierno
Revolucionario en campaña, con sede en el antiguo puerto peruano. En respuesta
Balmaceda ordenó que los cuerpos leales del ejército marchasen contra los
rebeldes.
Había empezado la
guerra civil de 1891. El parlamento contra el ejecutivo. Una guerra que habría
de resultar más cruenta que su precedente del Pacífico; miles de chilenos
perdieron la vida y los daños materiales fueron considerables [9]. Con
las batallas de Concón y Placilla [10] terminaron las acciones que
pusieron en derrota a las castigadas tropas leales al gobierno. (Ver)
Balmaceda, abandonado
a su suerte, depuso el mando en el veterano general Manuel Baquedano González y
se asiló en la delegación de la Argentina en Santiago donde después de redactar
un histórico testamento, se disparó un tiro el día aniversario de su patria, 18
de septiembre de 1892, fecha que también concluía su mandato constitucional [11].
Reaccionando a la
política reinvidicatoria de la soberanía nacional de Balmaceda, la Junta
revolucionaria de Iquique, formada por Enrique Maciver, Francisco Puelma, el
omnipotente abogado de North Julio Zegers e Isidoro Errázuriz a su cabeza,
vendieron muchas de las salitreras que su acción revolucionaria había colocado
al alcance de sus manos.
Posteriormente el
gobierno de don Jorge Montt, "mal inspirado" en el librecambismo y un
Congreso dominado por la alta banca, terminaron la liquidación, dando al traste
los esfuerzos de Balmaceda. Al concluir el siglo el desierto de Tarapacá y
Antofagasta era chileno en su bandera, sus hijos y empleados públicos
endeudados a North, pero ni un gramo de su riqueza pertenecía a su país, que,
para ganar su soberanía había entregado la sangre de 20,000 soldados [12]"
North, en su palacio
de Londres, recibió con serena satisfacción la noticia de la muerte de su rival
a quien habría de sobrevivirlo hasta 1896 y también a sus enclaves en el lejano
desierto del Tamarugal y Antofagasta [13]. Había nacido en Yorkshire,
Inglaterra, el 30 de enero de 1842.
Una nota especial
sobre la vida de este hábil especulador podría significar la bella reja
colonial retirada de la Catedral de Lima por las tropas de ocupación, entre
otros bienes que fueron presa y botín, y con excepcional buen gusto la hizo
colocar a la entrada de los terrenos de su mansión en la campiña de Londres, en
Avery Hill, Eltham, Kent, cerca a Londres; dos enormes puertas, donde hasta la
fecha, salvo versión en contrario, se las puede ver.
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Imágenes de la Guerra Civil en Chile 1891
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