miércoles, 30 de mayo de 2012
Grumete Alberto Medina Cecilia (1862-1948)
Augusto Leguía con
sobrevivientes del Huáscar
Ø El segundo personaje de la izquierda es Alberto Medina Cecilia, 'el Grumete
Medina', último de los héroes de Angamos en desaparecer. Durante muchos años
los compañeros sobrevivientes de Grau participaron en los desfiles
conmemorativos del 2 de Mayo y del 8 de Octubre, luciendo con orgullo sus
antiguos uniformes del tiempo de la Guerra del Pacífico y sus condecoraciones,
siendo siempre aclamados por todos. Medina falleció en 1948, a los 86 años de
edad.
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El grumete Medina, ya veterano, participaba de los homenajes a los
héroes de la guerra con Chile. Murió en 1948, a los 86 años. Sus biznietas Elba
y Nancy Rojas Medina crecieron oyendo las leyendas del héroe.
Fue el último
sobreviviente del monitor Huáscar, pero pocos libros de Historia lo citan. No
está al nivel de los grandes héroes, pero en el Callao siempre lo fue. Alberto Medina
Cecilia, o simplemente grumete Medina, murió hace 58
años, pero apenas se tienen recuerdos suyos.
"El grumete
era miembro del Batallón Constitución, formado solo por negros, que acompañaron
a Grau.
Poco antes de
morir, el héroe fue reconocido como "Caballero de la Orden de Ayacucho".
El
contralmirante Melitón Carvajal Pareja, nieto de otro héroe del Huáscar y
presidente del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, refiere que,
en vida, el grumete recibió buen trato de la Marina y, al morir, recibió
homenajes como héroe.
Finalmente, la
Marina de Guerra reconoció a Medina y lo incorporó como miembro honorario del
Centro Naval.
Tomado de: Edición dominical, Diario La República
sábado, 26 de mayo de 2012
Lima, 15 de Julio de 1890
Pompas
Fúnebres de los Héroes de la Guerra del Pacífico (Parte I)
Cuando el Perú lloró a
sus combatientes…
Por: Lita Velasco
Asenjo
Dolor, emoción,
frustración… Sentimientos que acompañaron a la comitiva que marchó el 15
de julio de 1890 para inhumar, en el Cementerio General de Lima, los restos de
héroes que se inmolaron en Angamos, Arica, Iquique, Alto de la Alianza, Tacna y
Huamachuco, en defensa de nuestro suelo patrio.
Revisar las crónicas
de esa época conmueve, nos hace sentir más peruanos. Es admirar la valentía de
personajes que dieron su vida para dejarle a la posteridad una lección de
entrega, honor y sacrificio.
“Ningún hombre es tan tonto como para
desear la guerra y no la paz;
pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba,
en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos”
Herodoto
pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba,
en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos”
Herodoto
Había trascurrido diez
años desde el traslado a Lima de los restos del coronel Francisco Bolognesi,
Comandante Moore y el Teniente Coronel Ramón Zavala. El diario “La Opinión
Nacional” del 6 de julio de 1880 daba cuenta, entonces, del gran
recibimiento que les tributó el pueblo peruano, en el puerto del Callao, a
donde llegaron a bordo de “La Limeña”. Ese día y al siguiente que fueron los
homenajes e inhumación en el Cementerio General (Presbítero Maestro), la ciudad
se tornó gris, acompañada de una fina garúa, caída desde la medianoche.
El periódico “La
Patria”, en primera plana, describía el panorama de Lima como algo
sorprendente. Las calles –dice-
lucían húmedas y colmadas de gente que iba y venía de la Estación de
Desamparados para acompañar a los caídos en Arica. En señal de duelo, los
establecimientos y oficinas del estado cerraron, enarbolando la bandera a media
asta. El dolor de los transeúntes estaba cargado de plegarias y frases que
alentaban a los que aún seguían peleando en defensa del suelo patrio.
Las campanas de las
iglesias tañeron, las sirenas de los bomberos se dejaron escuchar, las salvas
de cañonazos, anunciaban el paso de estos grandes hombres, acompañados por una
comitiva que llenaba cuadras de cuadras, en un hecho sin precedentes. Dolor,
dolor, tras dolor.
Esto había ocurrido
hacía diez años y el pueblo peruano una vez más reviviría ese dolor al recibir
los restos amados de hijos, padres, hermanos… que habían sucumbido en distintos
frentes de batalla ante las huestes chilenas. La diferencia en esta ocasión era
que algunos de estos cuerpos estaban en poder del país del sur, por lo que
tenerlos nuevamente en casa, atenuaba en algo las penas.
Gracias a un proyecto
de ley, presentado al Congreso por Pablo Seminario el 7 de octubre de 1889, se
solicitaba al gobierno se diera una ley para solicitar los restos de Miguel
Grau y la construcción de un mausoleo para albergar a los héroes de la Guerra
del Pacífico.
El pedido fue
respaldado por el diario El Comercio y por otros diputados piuranos. Entre
ellos: Genaro Helguero, Felix Manzanares, Nicanor Rodríguez, José Lama, Augusto
Vegas. Por los senadores Montero, gran amigo de Grau, Fernando Seminario y
Francisco Eguiguren, logrando el respaldo del entonces presidente de la
República Andrés A. Cáceres, quien –el 03 de junio de 1890- da un Decreto
Supremo que disponía el traslado de los restos de quienes dieron su vida por la
Patria y sucumbieron en Angamos, Arica, Alto de la Alianza, Tacna y
Huamachuco.
HONORES EN CHILE
Para efectos del
traslado de restos de Miguel Grau, que se encontraban en el Cementerio General
de Santiago, en el mausoleo del General don Benjamín Viel, se nombró una
comisión para tratar el asunto, presidida por el Capitán de Navío Melitón
Carvajal (sobreviviente del Huáscar) e integrada por el Capitán de Fragata
Pedro Gárezon, comandante del monitor y el Coronel Manuel C. de la Torre,
combatiente del Morro de Arica.
Las gestiones ante el
gobierno chileno se realizaron en buenos términos y se fijó la fecha de
repatriación de restos, tanto del Héroe de Angamos como de otros valientes
combatientes que se encontraban en el Cementerio General de la División,
para el viernes 27 de junio.
El presidente chileno
de entonces, José Manuel Balmaceda
Fernández, dispuso se les tributase honores militares y que el crucero
“Esmeralda” escoltase con un nutrida comisión a bordo a la cañonera “Lima”,
hasta el Callao. Los integrantes eran el Obispo de Serena don Florencio de
Fontecilla, el Capitán de Navío Constantino Brannen, el Auditor de Marina
Manuel Díaz, el Coronel Ricardo Castro, el Presbítero Javier Valdés Carrera y
el Cirujano Florencio Middleton.
Diarios chilenos le
dedicaron a Grau páginas enteras resaltando sus virtudes de caballerosidad y
generosidad. Delegaciones de embajadas, autoridades del gobierno, regimientos
de artillería y caballería, bandas de músicos, amigos y público en general
acompañaron al cortejo fúnebre a la estación del tren que iría hasta
Valparaíso. Junto a ellos marchaba el Ministro Plenipotenciado del Perú en
Chile, Carlos Elías, amigo íntimo de Grau, quien tuvo un papel trascendente en
torno a la repatriación.
TRAS OTROS HEROES
La cañonera “Lima”
partió de Valparaíso el 28 de junio, a las 4.30 de la tarde. Durante su retorno
al Perú fue recogiendo a otros caídos en combate. Pasa por Antofagasta y recoge
a soldados no identificados; Mejillones, dónde acoge los restos de Elías
Aguirre, José Melitón Rodríguez y Diego Ferré. En Iquique, los restos de
los comandantes Espinar y Sepúlveda; mayores Perla y Figueroa, capitanes
Fernández, Rivera y Olivencia; tenientes Velarde, Cáceres y Marquezado; corneta
Mamani; sargento Carrillo, soldado Condori y dos oficiales no identificados. En
Arica recibe parte del cuerpo del Coronel Alfonso Ugarte, del Subteniente
Andrés Ugarte, del Teniente Andrés Medina, del Cabo Alfredo Maldonado, de
maquinista Aníbal Alayza.
En tanto, en la
embarcación “Santa Rosa” se dirigían también a Lima los restos de los
héroes trasladados de Huamachucho, General Pedro Silva, Capitán de Navío
Luis Germán Astete, de los Coroneles Leoncio Prado y Emilio Luna y del Mayor
Santiago Zavala.
Los restos de estos
ilustres personajes y los que iban en la cañonera “Lima”, llegan al Callao el
domingo 13 de junio. Fueron recibidos por el presidente Cáceres, ministros,
altos funcionarios, oficiales del Ejército, de la Marina, así como por
una conmovida multitud que abarrotaba el puerto y se apiñaba para ver el
descenso de los héroes.
Encabezada la comitiva
de desembarque Miguel Grau, que iba en una urna, cargada por los cadetes de la
Escuela Naval. Le seguían los ataúdes del resto de héroes, llevados en hombros
por delegaciones organizadas para tal fin. Fueron depositados en la capilla
ardiente alzada en la iglesia Matriz del Callao, donde se les rindieron los
honores con gran pompa. Cientos de miles de personas, llegadas de todas partes
del país, invadieron las calles aledañas y se turnaban para ingresar a venerar
y llorar la partida de sus seres queridos.
lunes, 21 de mayo de 2012
...........HABIA EMPEZADO LA GUERRA CIVIL 1891 - CHILE
Chile y su fatal corolario de la Guerra del Salitre
Cuando la declaración
de ir a la guerra con el Perú había sido tomada por el gobierno de Chile, esto
es el cinco de abril de 1879, [1] trabajaba ya en las pampas del caliche
en Tarapacá un aventurero inglés llegado a esas costas peruanas por el año de
1870. Más tarde el modesto personaje habría de cosechar fama y fortuna sobre la
base de la miseria y el despojo de los propietarios y trabajadores peruanos.
Por entonces era inminente e inevitable la guerra.Jhon Thomas North |
Ayudado por un
salitrero peruano en el conocimiento, extracción y explotación del salitre,
John Thomas North se habituó pronto con el duro clima cuanto con los detalles
del mineral, sustancia cuya riqueza, sustituto de otra, el guano, trocaría muy
pronto protagonista de una dramática historia con el fondo trágico de tres
naciones en desigual lucha.
Rotas las hostilidades
y muerto ya Miguel Grau y los heroicos comandantes del Huáscar, se
había de producir el desembarco en las mal guarnecidas, escasamente defendidas
y peor avitualladas costas peruanas. Esto fue en Pisagua [2]. Después
del bombardeo y posterior descalabro aliado en San Francisco, que dio lugar a
la ocupación de la rica provincia litoral de Tarapacá, el jefe de las fuerzas
expedicionarias Patricio Lynch [3] tuvo contacto y se percató de la
presencia de este inglés con el que conversó y buscó sacar partido. El
servicial North, recibió entonces la comisión para equipamiento y suministro de
los transportes de guerra, tarea por la que recibió en pago 40,000 quintales de
guano peruano, que colocados a buen precio hubieron de reportarle la base de
una inesperada y considerable fortuna inicial.
El sorpresivo y
adverso resultado de la batalla de San Francisco [4], la inmediata
victoria de Tarapacá -inútil en cuanto a la detención de la invasión chilena- y
la fijación de la débil línea de defensa de Arica llevó consigo la quiebra del
valor de los bonos salitreros de Tarapacá, la mayoría de ellos en poder de
peruanos, y, en general, de todos los tenedores de aquellos títulos. El momento
se mostraba especulativo. North con la ayuda de su paisano Jeffrey Harvey,
convertido ahora en banquero y usando los dineros de influyentes financistas
chilenos de Valparaíso, a quienes convenció para el préstamo inicial con el
afianzamiento de un consorcio peruano ante los tenedores de bonos en
Inglaterra, adquirió, a precio de regalo, los bonos de los salitreros peruanos
quienes presionados por el codicioso inglés hubieron de ceder sin remedio.
Don José Manuel Balmaceda Fernández Presidente Chile 1891 |
Entonces North
negociando ventajosamente con aquellos individuos en trámite de ruina, se
transformó, muy pronto, en el tenedor exclusivo de los derechos salitreros y
con ello adquirió el manejo total de la lucrativa industria. Una vez que el
gobierno chileno hubo dispuesto la entrega de las oficinas salitreras a los
tenedores de los respectivos títulos, la riqueza de la provincia ya no
regresaría a otras manos que las del afortunado North. Tampoco Chile habría de
gozarla.
Para dar valor
soberano al patrimonio, protegerlo y dotarle de potenciales efectos, el
flamante financista viajó a Inglaterra y en Londres formó una docena de
compañías, subsidiarias unas de otras, con un capital declarado, en 1890, de
doce millones de libras esterlinas. Aquellas empresas controlaron la fuerza
eléctrica, los comestibles, el aprovisionamiento, los repuestos, los
transportes marítimos, los seguros, las agencias de embarque, las faenas
portuarias, el agua potable, los ferrocarriles de la pampa, el carbón, los
textiles. Con estas empresas no sólo dominó la industria salitrera sino todo
Antofagasta y su vecina Tarapacá. En 1888, estas compañías dirigidas por North
crearon el Banco de Londres y Tarapacá, independizando el salitre
de la tutela bursátil y económica, que aunque disminuida, ejercían los bancos
de Valparaíso.
La central del Banco
estaba en Inglaterra, su principal agencia en Chile quedó instalada en Iquique.
El gerente general de esa entidad en el nortino puerto, capital de Tarapacá
había de ser el señor Dawson, quien en la práctica pasó a ser una especie de
embajador plenipotenciario de North ante el gobierno chileno [5].
Así, la Compañía
de Nitratos de Liverpool, otra de las empresas de North, en momento que los
abonos nitrogenados alcanzaban una considerable demanda de una Europa
empobrecida por siglos de explotación de sus tierras, de las cuales Alemania y
Francia encabezaban la lista, empezó un inusitado auge. Agréguese a esto el importante
insumo que representa el salitre en la fabricación de la pólvora, tan demandada
en todos los tiempos.
Junta revolucionaria en Iquique, presidida por Jorge Montt, 1891 |
El otrora modestísimo
aventurero inglés, arribado alguna vez a las costas de Tarapacá con algo más de
10 libras esterlinas en el bolsillo, inauguraba ahora un imperio personal a
cuya cabeza habría de ubicarse por mucho tiempo. Encumbrado desde su modesto
oficio de mecánico en Antofagasta hasta el del más opulento del mundo
occidental, el Rey del Salitre, como gustaba llamarlo la prensa británica, o el
coronel North, como le gustaba a él, convirtió los ricos territorios de
Antofagasta y Taltal en un estado dentro de otro estado. Al norte del paralelo
27 era el amo.
Resulta importante
entonces dar a conocer, con mayor detalle que el expuesto hasta aquí, los
acontecimientos preliminares que finalmente resultaron favorables para este
paradigma de especulación:
La consecuente
ocupación de Tarapacá y Antofagasta produjo la explotación del salitre por
cuenta de Chile; el invasor cobra los derechos de exportación de todas las
oficinas chilenas y extranjeras, pues había intereses ingleses entre ellas y
hace trabajar las de los peruanos mediante concesiones. Estos en su mayoría
empresas inglesas radicadas en Valparaíso. Para los peruanos el procedimiento
les resultó fatal, especialmente a quienes bajo el peso de los acontecimientos,
optaron por vender sus derechos en la bolsa internacional tuvieron que hacerlo
a precios miserables. Chile no mostró interés en la adquisición del rico
patrimonio por carecer de una política hacendaria sagaz y de esta forma hacerse
para el Estado de todo el crédito peruano. Fuera de las ofertas directas de los
peruanos en ruina hecha a industriales ingleses, el resto de acciones quedó
entregado a la bolsa de Londres.
En esta situación,
desde 1882, John Thomas North asociado con Jeffrey Harvey, con la garantía del
Banco de Valparaíso adquirió las acciones peruanas en Londres. Para 1886, North
poseía el 40 % de los títulos peruanos puestos a la venta y todas las
salitreras que como resultado de su examen probaron un adecuado rendimiento.
Compró luego todos los aportes iniciales incluyendo los de su socio Harvey
constituyéndose desde entonces en el árbitro salitrero del más alto rango.
Sin embrago, este
abrumador auge monopólico, durante la administración gubernamental de un
influyente político de la burguesía chilena, se habría de tornar escamoso para
North.
Don José
Manuel Balmaceda Fernández, miembro de la poderosa clase aristocrática, que
aunque liberal en sus propósitos, seguía con molestia y ostensible desagrado el
destino y suerte del magnate del Norte, para quien la compañía del nitrato y
sus múltiples negocios afines afectaban, además del lucro, un poder creciente
sobre los hombres de gobierno al igual que sobre sus numerosos peones y
empleados.
Desde la más simple gestión administrativa hasta el nombramiento o reemplazo de funcionarios propios o del gobierno en el Norte, requería de la inexcusable venia del acaudalado, representado por Dawson.
Desde la más simple gestión administrativa hasta el nombramiento o reemplazo de funcionarios propios o del gobierno en el Norte, requería de la inexcusable venia del acaudalado, representado por Dawson.
Se glosan los
elocuentes créditos que sobre estos extremos ha escrito don Mario Barros van
Buren, del servicio diplomático de Chile, en su libro Historia
Diplomática de Chile[6]:
"Para mover un empleado público, para empedrar
una calle, para decir un discurso, para dictar un reglamento de aduanas,
había que consultarle. Los grandes magnates chilenos lo elevaron a su nivel sin
la menor dificultad. North se siguió encumbrando por encima de esa aristocracia
monetizada que tan humillada se le ofrecía. Su abogado en Santiago, don Julio
Zagers, se convirtió en el árbitro de la política chilena. De su "carta
blanca" salían los fondos para de las elecciones, las coimas para los
empleados difíciles, los regalos para los incorruptibles, los grandes bailes
para la sociedad. Las listas de diputados y senadores solían pasar por sus manos,
porque los partidarios requerían el "consejo y la colaboración" del
gran hombre de la City. Los documentos han echado luz sobre la enorme
corrupción que North sembró sobre una clase social que, cegada por el oro,
torció una de las tradiciones más nobles de la historia chilena: Su austeridad.
Si bien la profecía de don Manuel Montt de que el salitre pudriría las riquezas
morales del pueblo chileno no se cumplió en toda su extensión, podemos decir
que engendró a una capa social sobre la que descansaba, precisamente, la
estabilidad institucional de un régimen y una tradición de mando."
Chile, por lo
expuesto, no ejercía soberanía efectiva en el norte calichero por ser predio
ajeno o considerarlo así su omnímodo dueño. Allí la voluntad de North era la
única valedera.
Impuesto Balmaceda de
esta realidad, decidió revertir de alguna forma esta vergonzosa situación, pues
estaban sometidas a prueba la soberanía y dignidad nacionales. No resultaba
ajeno a su verdadero espíritu que era tiempo de rescatar para Chile el goce total
de la riqueza conquistada al Perú y a Bolivia, no con poco esfuerzo y sangre,
por vía de la guerra.
Pese a que no
inspiraba en el estadista la idea de la nacionalización, por ser un económico
liberal, trató de promover un trato igualitario al capital chileno con el
inglés para la explotación de la riqueza salitrera del desierto nortino, pero
esta política en sus inicios era reducida y sin mayor importancia. De alguna
forma a Balmaceda, que había sido ministro de Santa María, también le alcanzaba
alguna responsabilidad.
Se redujo entonces su
política salitrera a la explotación de los yacimientos no denunciados, la
mejora del rendimiento de las empresas lentas o con rendimiento antieconómico.
Subió moderadamente los impuestos de exportación para aplicarlos en obras
públicas. Es decir, una tímida reacción inicial frente al poderío del
británico. Empero, en abril de 1887, dictó un decreto que ponía fin a los
certificados salitreros en venta en Londres revindicándolos para el gobierno.
Compró bonos salitreros en poder de tenedores europeos por un valor de
1,114,000 libras esterlinas, esto es, 65% del valor nominal de estos derechos
con empréstitos que le fueran aprobados por el Congreso. Para 1890, Balmaceda
había rescatado para Chile 71; 60 oficinas salitreras que el gobierno peruano
había declarado en abandono y todos los yacimientos potenciales de denuncio, descubiertos
pero no explotados.
Balmaceda corregía así, junto a su error, el de la política suicida del gobierno de Santa María [7] en estos importantes extremos. Pasó entonces a una clara y activa cruzada. Aunque, el conjunto de patrimonio salitrero rescatado no podía competir con las 21 oficinas de North y su abrumadora maquinaria industrial y económica, si permitía ensayar un trato de igual a igual con el potentado.
Balmaceda corregía así, junto a su error, el de la política suicida del gobierno de Santa María [7] en estos importantes extremos. Pasó entonces a una clara y activa cruzada. Aunque, el conjunto de patrimonio salitrero rescatado no podía competir con las 21 oficinas de North y su abrumadora maquinaria industrial y económica, si permitía ensayar un trato de igual a igual con el potentado.
Enterado el poderoso
minero, en su palacio de los suburbios de Londres, de la campaña abierta por
Balmaceda para recuperar el salitre, decidió formalmente que era tiempo de dar
la batalla; fletó un lujoso navío de pasajeros, invitó a los más conspicuos
periodistas de Europa, y después de veinte años de ausencia de las costas
sudamericanas emprendió el largo recorrido de retorno a la fuente de su riqueza
original. El despliegue de la propaganda fue de la magnitud que sólo él era
capaz de proporcionarse.
Ingresó al Pacífico desde Punta Arenas [8], lejano y pequeño apostadero sobre el Estrecho de Magallanes, donde permaneció algunos días, continuó luego el viaje y pasó de largo Valparaíso, finalmente se presentó en Iquique, allí fue recibido por sus entusiastas trabajadores y las obsecuentes autoridades chilenas, que veían en él, nada más ni nada menos, que al patrón que retorna a su hacienda.
Ingresó al Pacífico desde Punta Arenas [8], lejano y pequeño apostadero sobre el Estrecho de Magallanes, donde permaneció algunos días, continuó luego el viaje y pasó de largo Valparaíso, finalmente se presentó en Iquique, allí fue recibido por sus entusiastas trabajadores y las obsecuentes autoridades chilenas, que veían en él, nada más ni nada menos, que al patrón que retorna a su hacienda.
Los gastos por las
fiestas que siguieron al acontecimiento corrieron de cuenta de la compañía del
nitrato. Es decir, se dispuso que en tanto North permaneciera en Chile todos
los gastos de los trabajadores de las oficinas salitreras serían de cuenta de
la empresa.
Finalmente, el inglés
decidió negociar directamente con Balmaceda en términos pacíficos. Tomando la
iniciativa y pensando de anticipado en el éxito de sus planes, pues había
embarcado en las bodegas de la nave que lo condujo una fina pareja de caballos
de raza árabe y en la bahía de Iquique había hecho descender buzos para
rescatar el mascarón de proa de la corbeta Esmeralda, hundida al
espolón por el Huáscar el 21 de mayo de 1879, dispuso remozar
la pieza, de gran significación para Chile por cuanto representaba la valiente
inmolación del capitán Prat; mandó darle un baño con plata de Calama y con
estos preciados símbolos de la opulencia y la dignidad nacional dio al ancla en
Valparaíso a donde llegó después de un mes de su arribo al continente.
La entrevista de Rey
del Salitre con el presidente de Chile fue como era de esperarse, fría y estrictamente
protocolar, habida cuenta del temperamento del mandatario chileno y la soberbia
del minero inglés. Balmaceda agradeció los obsequios, dispuso de inmediato que
los caballos, finísima muestra equina de raza siríaca, se encargaran al
zoológico de Santiago, entonces la Quinta Normal, y el rutilante mascarón de la
Esmeralda fuera conservado por el Museo Militar. El mandatario chileno con esta
resuelta actitud confirmaba su firme propósito de rescatar para Chile la
riqueza del salitre. Avisado por este y otros gestos del fracaso de sus
propósitos, el inglés dejó el palacio de La Moneda y abandonó las costas
chilenas para no regresar jamás.
Poco tiempo después de
la partida de North la armada nacional, surta en Valparaíso, se rebeló contra
Balmaceda; levó anclas y se hizo a la mar llevando a su bordo a los
protagonistas de la insurrección; fondeó en Iquique donde Jorge Montt, cabeza
de la revolución, quedó investido de la jefatura de la Junta del Gobierno
Revolucionario en campaña, con sede en el antiguo puerto peruano. En respuesta
Balmaceda ordenó que los cuerpos leales del ejército marchasen contra los
rebeldes.
Había empezado la
guerra civil de 1891. El parlamento contra el ejecutivo. Una guerra que habría
de resultar más cruenta que su precedente del Pacífico; miles de chilenos
perdieron la vida y los daños materiales fueron considerables [9]. Con
las batallas de Concón y Placilla [10] terminaron las acciones que
pusieron en derrota a las castigadas tropas leales al gobierno. (Ver)
Balmaceda, abandonado
a su suerte, depuso el mando en el veterano general Manuel Baquedano González y
se asiló en la delegación de la Argentina en Santiago donde después de redactar
un histórico testamento, se disparó un tiro el día aniversario de su patria, 18
de septiembre de 1892, fecha que también concluía su mandato constitucional [11].
Reaccionando a la
política reinvidicatoria de la soberanía nacional de Balmaceda, la Junta
revolucionaria de Iquique, formada por Enrique Maciver, Francisco Puelma, el
omnipotente abogado de North Julio Zegers e Isidoro Errázuriz a su cabeza,
vendieron muchas de las salitreras que su acción revolucionaria había colocado
al alcance de sus manos.
Posteriormente el
gobierno de don Jorge Montt, "mal inspirado" en el librecambismo y un
Congreso dominado por la alta banca, terminaron la liquidación, dando al traste
los esfuerzos de Balmaceda. Al concluir el siglo el desierto de Tarapacá y
Antofagasta era chileno en su bandera, sus hijos y empleados públicos
endeudados a North, pero ni un gramo de su riqueza pertenecía a su país, que,
para ganar su soberanía había entregado la sangre de 20,000 soldados [12]"
North, en su palacio
de Londres, recibió con serena satisfacción la noticia de la muerte de su rival
a quien habría de sobrevivirlo hasta 1896 y también a sus enclaves en el lejano
desierto del Tamarugal y Antofagasta [13]. Había nacido en Yorkshire,
Inglaterra, el 30 de enero de 1842.
Una nota especial
sobre la vida de este hábil especulador podría significar la bella reja
colonial retirada de la Catedral de Lima por las tropas de ocupación, entre
otros bienes que fueron presa y botín, y con excepcional buen gusto la hizo
colocar a la entrada de los terrenos de su mansión en la campiña de Londres, en
Avery Hill, Eltham, Kent, cerca a Londres; dos enormes puertas, donde hasta la
fecha, salvo versión en contrario, se las puede ver.
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Imágenes de la Guerra Civil en Chile 1891
jueves, 17 de mayo de 2012
"LA PATAGONIA, ¿ 750,000 - 1`000,000 ? Km2 CEDIDOS"
LOS TERRITORIOS QUE PERDIÓ CHILE EN LA GUERRA DEL
PACÍFICO
|
Las relaciones
políticas entre el Perú y Chile en la etapa republicana se iniciaron bajo el
signo de la unificación que suponía un frente patriota contra el poder español.
El Ejército Libertador de San Martín estaba conformado por “porteños” y
chilenos, y recibió financiamiento del gobierno chileno. En los años de la
Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), Chile se opuso a esta alianza
política y envió dos expediciones militares para destruir la unificación de
Perú y Bolivia. Los chilenos entraron a Lima, pero luego de la batalla de
Yungay y de provocar el derrocamiento de Santa Cruz se retiraron del Perú. En
1866, el Perú y Chile se unificaron nuevamente para defenderse de la agresión
de la armada española. Ambas naciones establecieron una alianza y hubo
colaboración mutua para defender los puertos de Valparaíso y el Callao.
|
Luego sobrevino la
Guerra del Pacífico (1879-1883), que volvió a enfrentar a Chile contra Perú y
Bolivia. Sobre esta guerra, la historiografía tradicional chilena cuenta que la
victoria sobre Perú y Bolivia tuvo como resultado la expansión territorial y la
hegemonía sobre el Pacífico. Es la imagen más común que circula hasta hoy en
los medios de comunicación chilenos e incluso entre peruanos y bolivianos. En
este artículo queremos revisar esta versión de la historia de la Guerra del
Pacífico a partir de algunos historiadores chilenos que proponen una lectura
alternativa: Chile perdió más territorio del que ganó a Perú y Bolivia al
“ceder” la Patagonia a la Argentina por el tratado de límites de 1881.
La historia empieza en 1843. Ese año el presidente de Chile, Manuel Bulnes, envió una misión militar que construyó un fuerte en las proximidades del estrecho de Magallanes. Este era el primer paso del gobierno chileno para ejercer su soberanía efectiva y colonizar la Patagonia. Cerca del fuerte se estableció una colonia chilena que se dedicó al comercio con los indios tehuelches, la crianza de ovejas, la explotación de carbón mineral y la caza de lobos de mar. Después de cuatro años de silencio, en 1847, el gobierno ar-gentino de Juan Manuel Rosas reclamó por la instalación del fuerte e invocó derechos sobre la Patagonia. Según Isidoro Vásquez de Acuña, autor de la Breve historia del territorio de Chile (1991), Chile solicitó que ambos países presentaran títulos de dominio sobre la zona en cuestión, pero Argentina difirió esta confrontación porque no contaba con respaldo documental. En realidad, la controversia por la Patagonia recién empezaba.
La historia empieza en 1843. Ese año el presidente de Chile, Manuel Bulnes, envió una misión militar que construyó un fuerte en las proximidades del estrecho de Magallanes. Este era el primer paso del gobierno chileno para ejercer su soberanía efectiva y colonizar la Patagonia. Cerca del fuerte se estableció una colonia chilena que se dedicó al comercio con los indios tehuelches, la crianza de ovejas, la explotación de carbón mineral y la caza de lobos de mar. Después de cuatro años de silencio, en 1847, el gobierno ar-gentino de Juan Manuel Rosas reclamó por la instalación del fuerte e invocó derechos sobre la Patagonia. Según Isidoro Vásquez de Acuña, autor de la Breve historia del territorio de Chile (1991), Chile solicitó que ambos países presentaran títulos de dominio sobre la zona en cuestión, pero Argentina difirió esta confrontación porque no contaba con respaldo documental. En realidad, la controversia por la Patagonia recién empezaba.
En 1856, Chile firmó
con Argentina un Tratado de paz, amistad, comercio y navegación, el cual
significó un avance de los intereses chilenos. En el artículo 33 de este
tratado se estableció que ambas partes reconocían como “límites de sus
respectivos territorios, los que poseían como tales en tiempo de separarse de
la dominación española el año 1810”. Asimismo, se señaló que en caso de
controversia las partes debían evitar actos violentos y recurrir al arbitraje
de una nación amiga. Era casi una victoria chilena, pues el gobierno contaba
con cédulas reales, mapas y otros documentos coloniales que avalaban que la
Patagonia estaba bajo la jurisdicción de la Capitanía General de Chile en 1810.
Sin embargo, la
Argentina nunca abandonó sus pretensiones por la Patagonia, y a partir de 1859
inició un proceso de penetración y colonización creando fuertes militares y
pequeñas colonias para ejercer control efectivo de ese territorio. Dos
elementos jugaban a favor de Argentina: su fácil acceso a la Patagonia (los
chilenos debían atravesar los Andes o viajar por mar para llegar a ella) y la
presión demográfica que, como consecuencia de la política inmigratoria,
facilitaba una estrategia de colonización de la Pata-gonia. Por su parte, Chile
tuvo una política errática y la población que se expandió desde el fuerte
Bulnes (trasladado y refundado luego como Punta Arenas) llegó solo hasta las
riberas del río Santa Cruz. La Patagonia era percibida como un territorio
desértico y, por su desconocimiento, pobre en recursos naturales.
En las décadas de 1860
y 1870, ambos países trataron de llegar a acuerdos limítrofes sobre la
Patagonia, pero al parecer la política argentina consistía en evitar el
arbitraje consignado por el Tratado de 1856 y colonizar la Patagonia para
dirimir sobre hechos consumados. A esto se sumaron los vientos de guerra entre
Bolivia y Chile que llevaron a la “alianza secreta” entre Bolivia y Perú. La
Argentina fue invitada a adherirse a la alianza y la Cámara de Diputados aprobó
el tratado, pero no se llegó a aprobar en la de senadores. Este amago de
adhesión será a la larga el principal instrumento para presionar al gobierno
chileno por concesiones territoriales.
En 1878, cuando la
guerra entre Chile y Bolivia ya era inminente, un incidente casi provoca la
guerra entre Argentina y Chile. Aunque la armada chilena era ampliamente
superior a la argentina, el conflicto se frenó porque el interés de las elites
estaba puesto en los ricos yacimientos de salitre en Atacama. No obstante,
cuando se declaró la guerra y en abril de 1879 las fuerzas militares chilenas
se movilizaban hacia Bolivia, el ejército argentino dirigido por el general Julio
A. Roca llevó a cabo la “campaña del desierto” ocupando la Patagonia. A este
acto le siguió la presión diplomática que concluiría en el Tratado de límites
de 1881.
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La presión diplomática
argentina consistía en amenazar a Chile con ingresar a la guerra a favor de
Bolivia y Perú. En abril de 1879, el representante peruano en Buenos Aires,
Víctor de la Torre, mantenía conversaciones con el gobierno argentino para que le
vendiera armas al Perú (e incluso acerca de su posible ingreso a la guerra).
Sin embargo, señala Ezequiel González Madariaga (Nuestras relaciones con
Argentina. Una historia deprimente, 1970), Argentina informaba a Chile
de las tratativas peruano-argentinas para presionar sobre el diferendo en torno
a la Patagonia. Así lo afirmaba De la Torre en una carta dirigida al ministro
de Relaciones Exteriores, José de la Riva-Agüero, con fecha de 26 de abril: “Es
indudable, señor Ministro, que la exigencia de notas para la adhesión y para
resolver algo sobre el comercio de armas, tiene por objeto amenazar con ellas
al Plenipotenciario de Chile, a fin de hacerle ceder de sus pretensiones”.
El resultado de esta presión fue la firma del Tratado de límites (23 de julio de 1881), gracias al cual Chile “cedió” la Patagonia, parte de la Tierra del Fuego y parte del estrecho de Magallanes (ver mapa 1). Según Ezequiel González Madariaga, el territorio ce-dido significó más de 750 mil kilómetros cuadrados. Isidoro Vásquez de Acuña habla de más de un millón de kilómetros cuadrados. ¿Por qué aceptó Chile entregar la Patagonia? Básicamente porque el interés principal de las elites de ese momento estaba en las salitreras de Antofagasta y Tarapacá. El historiador chileno Luis Ortega, autor de “En torno a los orígenes de la guerra del Pacífico” (2006), señala la influencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capitales británicos y chilenos, sobre el gobierno de Chile. Anota Ortega que varios de sus accionistas tenían altos cargos políticos: Miguel Saldías (diputado), Alejandro Fierro (ministro de Relaciones Exteriores), Alejandro Puelma (diputado y hombre de confianza del presidente Aníbal Pinto), Antonio Varas (diputado y ministro del Interior), Julio Zegers (ministro de Hacienda), Rafael Sotomayor (ministro de Guerra), Jorge Heneeus (ministro de Justicia). Pero el más destacado fue el diputado Domingo Santa María, nombrado ministro de Relaciones en re-emplazo de Fierro y luego elegido presidente de Chile en las elecciones de 1881.
El resultado de esta presión fue la firma del Tratado de límites (23 de julio de 1881), gracias al cual Chile “cedió” la Patagonia, parte de la Tierra del Fuego y parte del estrecho de Magallanes (ver mapa 1). Según Ezequiel González Madariaga, el territorio ce-dido significó más de 750 mil kilómetros cuadrados. Isidoro Vásquez de Acuña habla de más de un millón de kilómetros cuadrados. ¿Por qué aceptó Chile entregar la Patagonia? Básicamente porque el interés principal de las elites de ese momento estaba en las salitreras de Antofagasta y Tarapacá. El historiador chileno Luis Ortega, autor de “En torno a los orígenes de la guerra del Pacífico” (2006), señala la influencia de la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de capitales británicos y chilenos, sobre el gobierno de Chile. Anota Ortega que varios de sus accionistas tenían altos cargos políticos: Miguel Saldías (diputado), Alejandro Fierro (ministro de Relaciones Exteriores), Alejandro Puelma (diputado y hombre de confianza del presidente Aníbal Pinto), Antonio Varas (diputado y ministro del Interior), Julio Zegers (ministro de Hacienda), Rafael Sotomayor (ministro de Guerra), Jorge Heneeus (ministro de Justicia). Pero el más destacado fue el diputado Domingo Santa María, nombrado ministro de Relaciones en re-emplazo de Fierro y luego elegido presidente de Chile en las elecciones de 1881.
Mapa 1. Chile pierde territorio de la
Patagonia frente a Argentina. Tratado de límites de 1881
Fuente: González Carrera, Benjamín. Historia cartográfica resumida de la historia de Chile. Santiago de Chile, 2001-2002. Disponible enhttp://personales.com/chile/santiago/cartograma/
Es decir, las elites
chilenas lograron convertir sus intereses particulares en interés nacional. Si
estas elites chilenas habrían tenido intereses económicos en la Patagonia, lo
más probable es que nunca hubiesen cedido tan extenso territorio. Los pequeños
propietarios que se habían instalado en la Patagonia no tenían el peso político
para hacer que el Estado defendiera sus intereses. Así, lo que prevaleció no
fue la visión de futuro de las elites chilenas, sino sus fines de corto plazo.
Por otro lado, si el ejército chileno no habría estado concentrado en la
ocupación del Perú, Chile habría podido defender o negociar con mayor ventaja un
tratado de límites con Argentina. En ese sentido, el Tratado de 1881 es
consecuencia y derivación de la Guerra del Pacífico. Según informó el ministro
José Manuel Balmaceda en la sesión secreta de la Cámara de Diputados (octubre
de 1881): “La aprobación del tratado eliminaría el peligro de una guerra con
Argentina”.
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Algunos chilenos que
no estaban relacionados con el poder y los intereses en el salitre sí tuvieron
la claridad de ver el futuro de la Patagonia. Francisco Segundo Casanueva
publicó un artículo en el diario El Independiente (16 de setiembre de 1881) en
el que señaló que el gobierno debía conservar la Patagonia y construir
ferrocarriles que conectaran el país con el Atlántico. Por su parte, Benicio
Alamos González fue premonitorio en un artículo publicado en El
Ferrocarril (19 de octubre de 1881) cuando señaló que “si por el
momento no necesitamos de ese territorio, más tarde puede ser una riqueza que
sirva a la nacionalidad”.
Y, en efecto, poco tiempo después la Patagonia habría de experimentar un gran desarrollo económico gracias a la expansión de la ganadería ovina y la pesca. En el siglo XX se descubrieron yacimientos de petróleo y, en las últimas décadas, la explotación del gas. Ironías de la historia: el gas que extraía Argentina de la Patagonia se lo vendía a Chile. En 2005, el gobierno argentino restringió la exportación de gas a Chile, y ante lo inviable de obtenerlo de Bolivia, Chile tuvo que importarlo del Asia. Así, la victoria contundente que infligió Chile al Perú y Bolivia encierra la paradoja de haber perdido más territorio que los obtenidos, así como importantes recursos naturales que las elites no supieron prever.
Y, en efecto, poco tiempo después la Patagonia habría de experimentar un gran desarrollo económico gracias a la expansión de la ganadería ovina y la pesca. En el siglo XX se descubrieron yacimientos de petróleo y, en las últimas décadas, la explotación del gas. Ironías de la historia: el gas que extraía Argentina de la Patagonia se lo vendía a Chile. En 2005, el gobierno argentino restringió la exportación de gas a Chile, y ante lo inviable de obtenerlo de Bolivia, Chile tuvo que importarlo del Asia. Así, la victoria contundente que infligió Chile al Perú y Bolivia encierra la paradoja de haber perdido más territorio que los obtenidos, así como importantes recursos naturales que las elites no supieron prever.
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* Historiador. Investigador del IEP.
Referencias Bibliográficas
Vásquez de Acuña, Isidoro. Breve historia del territorio de Chile. Santiago de Chile: Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile, 1991.
González Madariaga, Ezequiel. Nuestras relaciones con Argentina. Una historia deprimente. Del Tratado de paz, amistad, comercio y navegación de 1856 al Tratado de límites de 1881. Santiago de Chile: A. Bello, 1970.
Ortega, Luis. “En torno a los orígenes de la Guerra del Pacífico: una visión desde la historia económica y social”. Kyung Hee University, 2006. Disponible en http://www.scribd.com/doc/30495353/Luis-Ortega-En-torno-a-los-Origenes-de-La-Guerra-del-Pacifico
Referencias Bibliográficas
Vásquez de Acuña, Isidoro. Breve historia del territorio de Chile. Santiago de Chile: Instituto de Investigaciones del Patrimonio Territorial de Chile, Universidad de Santiago de Chile, 1991.
González Madariaga, Ezequiel. Nuestras relaciones con Argentina. Una historia deprimente. Del Tratado de paz, amistad, comercio y navegación de 1856 al Tratado de límites de 1881. Santiago de Chile: A. Bello, 1970.
Ortega, Luis. “En torno a los orígenes de la Guerra del Pacífico: una visión desde la historia económica y social”. Kyung Hee University, 2006. Disponible en http://www.scribd.com/doc/30495353/Luis-Ortega-En-torno-a-los-Origenes-de-La-Guerra-del-Pacifico
Este artículo debe citarse de la
siguiente manera:
Rojas, Rolando. “Los territorios que perdió Chile durante la guerra del Pacífico”. En Revista Argumentos, año 4, n° 4. Setiembre 2010. Disponible enhttp://web.revistargumentos.org.pe/index.php?fp_cont=930 ISSN 2076-7722 |
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