Pisa pesa
Domingo, 08 de diciembre de 2013 | 4:30 am
Me contaban amigos panameños que fue su país el último en la encuesta Pisa del 2009. Ante la ola de críticas, su ministra de Educación tomó una de esas decisiones real-maravillosas propias de nuestro continente. Solucionaron el problema no volviendo a participar el 2012. Asunto arreglado. ¿Mejoró la educación pública panameña? ¡Vaya uno a saber!
El Perú pudo haber hecho lo mismo y no lo hizo. Y aunque sea esta vez el último de 65 países tuvo el coraje, con solo 8 países latinoamericanos, de dejarse medir. Por eso decir que ha bajado 2 puestos –no 3 como algunos periodistas repetían en un acto involuntario de comprobación fáctica de los resultados de la prueba– no es del todo cierto. Habría que agregar que siendo nuestro resultado muy malo, todos los países han avanzado. El Perú también, sobre todo en lectura y comprensión de textos. Lo que sucede, dicen los que saben, es que el avance peruano es más lento y muy inequitativo. El área rural sigue estando muy atrás de la urbana.
Conversé esta semana con un maestro de matemáticas de escuela pública en Lima para primero y segundo de secundaria. También con un director de otra escuela pública. Las cifras Pisa no les sorprendían. Lo que les sorprendía es que no se conocieran las causas de esos resultados. Causas con las que ellos conviven día a día.
Si bien hay convención en que la aproximación a la matemática, desde el aprestamiento en inicial, debe ser lúdica no hay ni capacitación humana ni material para el objetivo. Las matemáticas para la vida cotidiana son las más fáciles de aprehender porque parten de la naturaleza concreta de los bienes. Luego, es más fácil pasar a la abstracción. ¿Qué sucede en la primaria pública peruana? El profesor es “todista”. Hay un solo profesor de aula para casi todos los cursos, sobre todo los más importantes: matemáticas, ciencias, personal social y comunicación. Así es imposible que se logre el avance. Por el contrario, ¿qué hacen los colegios privados de elite? Tienen especialización desde primaria. Allí está toda la diferencia.
Entonces, a secundaria llega un niño con aversión a las matemáticas que ha fracasado y volverá a fracasar. Y lo espera un maestro de matemáticas que hoy tiene tres metodologías diferentes, todas promovidas por el Ministerio de Educación. Si el maestro es conservador –lo que suele ser frecuente– las innovaciones las dejará pasar. Primero, porque las percibe como moda pasajera, segundo porque cambiar implica un enorme esfuerzo, y tercero por la falta de empoderamiento de los directores.
Le pregunte al director con qué periodicidad se reunía con sus profesores de matemáticas para tomar decisiones pedagógicas y resolver, por ejemplo, el problema de las diversas metodologías que proponía el Ministerio. Ingenuamente creía que en una escuela de mil alumnos había por lo menos un departamento de matemáticas, otro de ciencias y otro de comunicación que agrupaban a los maestros por especialidad. Con tristeza me explicó que no solo no podía promover políticas pedagógicas uniformes –su deber según la ley– sino que se arriesgaba a que uno o más profesores lo denunciaran y le abrieran proceso administrativo. “¿Por qué cree que los colegios de Fe y Alegría, que son públicos, funcionan?”– me dijo– porque los directores tienen poder para hacer cumplir una propuesta pedagógica y la participación de los padres es obligatoria.
Finalmente, hablamos del número de horas en la escuela. Mientras la escuela pública termine su primer turno a la 1 p.m. tampoco se avanzará. Es mejor suprimir el turno de tarde y dejar a los niños en clases hasta por lo menos las 3 p.m. que mantener la situación de hoy.
Aunque la cobertura de secundaria ha crecido –un gran logro de esta década–, el decrecimiento demográfico puede permitir hacerlo y lograr para la escuela pública el mismo horario que el de la escuela privada.
El ministro ha anunciado cambios dramáticos. Los expertos y miles de maestros saben cuál es el camino. Los costos serán grandes, pero los beneficios inimaginables. Cambiar la vida de una generación no es poca cosa.
Rosa María Palacios
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