lunes, 18 de noviembre de 2013
Pero el poder hace eso: te aleja de la realidad!
Pese a todas las consecuencias políticas que ya se ha cobrado el affaire López Meneses, con la caída de altos jefes policiales, el ministro del Interior y el poderoso asesor presidencial, acaso todavía no podamos calibrar lo más grave: el resquebrajamiento de la confianza entre el gobernante y los gobernados. No es que dicho vínculo estuviese en su punto más alto, como se puede inferir de la sostenida caída en las encuestas. Pero dichos índices reflejaban más que nada un descontento con los resultados, en particular en lo que atañe a la creciente inseguridad, que ya nadie se atreve a desacreditar diciendo que se trata solo de una percepción.
Ese malestar refleja un afán de mejora en la calidad de la vida cotidiana de los peruanos, lo cual es difícil pero no inalcanzable. El nombramiento del nuevo Premier venía con ese encargo, tal como él mismo lo ha reconocido. Aunque nadie tenga mucha esperanza en que ese objetivo se consiga, tampoco se trata de una misión imposible. Pero este asunto tiene otras dimensiones, pues introduce la sospecha, como un gusano en la manzana, de un manejo mafioso en el corazón del poder. A Humala se le imputaba mediocridad, indecisión, sometimiento al gran capital. Su frase “gobernar el país como familia” fue recibida con sorna, pero también con algo de condescendencia tolerante.
De pronto las cosas se pusieron harto más complicadas. Tal como lo han mostrado sucesivas y como de costumbre certeras caricaturas de Carlín, en el imaginario nacional la familia de la que estamos hablando dejó de ser una entusiasta parejita para ser la de los Corleone, Tataglia o… Montesinos. Uno de los aspectos más extraños de esta escandalosa revelación efectuada por Cecilia Valenzuela es que era un secreto a voces. Sin ir muy lejos, hace meses escuché en el consultorio a alguien decirme que conocía a alguien, el cual había estado con López Meneses cuando se jactaba de sus privilegiadas conexiones en los poderes judicial, político y militar. Si yo lo había oído de esa manera casual, significa que lo sabía mucha gente, pues el interesado era todo menos clandestino. Lo cual muestra que se sentía protegido y seguro, a diferencia de la mayoría de nosotros. Esto puede ser un reflejo de su propia omnipotencia, secuela de los tiempos dorados, cuando Fujimori y su “asesor” envilecían al Perú, usando y abusando de sus leyes.
Pero también muestra que sus contactos lo hacían sentir a cubierto, para prueba los numerosos patrulleros y cámaras que los resguardaban a él y a su padre. Cuesta creer que el Presidente no estuviera al tanto de esta red de influencias al más alto nivel (e igualmente sería alarmante que no lo supiera). Y a la vez era suicida pensar que esto podía continuar sin que el escándalo estalle. Pero el poder hace eso: te aleja de la realidad, envuelto en un halo de invulnerabilidad. Es así que un día te amarras la toalla al cuello y te avientas del techo, persuadido de que vas a volar como Supermán. Lo negado, lo no procesado, te aguarda al final del placentero pero fugaz sueño.
Jorge Bruce
Psicoanalista
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