viernes, 23 de noviembre de 2012
Pronto el desafío de poseer Tarapacá pasaría, de lo militar a lo financiero
Iquique, 23 de noviembre de 1879
Aún cuando no
se habían hecho esfuerzos efectivos para perseguir al ejército aliado que
encabezaba el general peruano Juan Buendía después de los combates librados en
Dolores, limitándose el mando chileno encabezado por el general Erasmo Escala a
realizar algunas incursiones en los alrededores de Porvenir, al menos una de
las medidas tomadas fue apoderarse del abandonado e indefenso puerto de
Iquique.
Iquique 1879
Puerto
de Iquique 1879
Así, cuando el
General en Jefe Escala ya había renunciado a perseguir a las tropas aliadas,
como consta en los testimonios del Manuel Baquedano y Rafael Sotomayor, el 20
de noviembre envía una nota al Ministro de la Guerra para indicarle que pensaba
enviar una fuerza de 3.000 hombres en dirección a Iquique, "y una vez que
conozca bien -agrega- lo que haya de positivo sobre el ejército de Daza que
pudiera venir a presentarnos combate, o a reunirse con los dispersos de ayer
enviaré más fuerzas hacia adelante". Como sabemos, el ejército del
dictador boliviano ya entraba en Arica y él iba de vuelta a Tacna, adonde
ingresaría el 23.
A esta nota de
Escala, el Ministro Sotomayor respondió que sería imprudente enviar una
división por tierra sin resolver antes los problemas de avituallamiento
imprescindibles para semejante caminata por el desierto, y remataba indicando
al general que iría hasta Dolores para conferenciar con él. Aceptadas las
sugerencias del Ministro, Escala lo esperó, y en la reunión sostenida se llegó
a la conclusión que, una vez subsanadas las necesidades de la división
requerida, saldría una columna de 2.000 hombres por tierra, en tanto el propio
Ministro encabezaría una expedición por mar con otros 1.000 correspondientes a
un batallón del Regimiento Esmeralda acampando en Hospicio, y otro del Lautaro
que estaba próximo a arribar a Pisagua, esperando a las fuerzas terrestres de
Escala en la bahía de Iquique, de manera que se procedería a exigir la
rendición de la plaza cuando el conjunto estuviera listo.
En el regreso
a Pisagua del Ministro Sotomayor y entrando en este puerto en la mañana del 23,
se encontró con la Covadonga que, enviada por el comandante Juan José Latorre
sito en Iquique, le informaba de la rendición del puerto iquiqueño.
Lo sucedido
era que el coronel peruano José Miguel Ríos, jefe de la plaza, al recibir el
correo enviado por el general Buendía el 22 de noviembre en que le informaba la
situación y le ordenaba replegarse a la quebrada de Tarapacá con sus fuerzas,
procedía rápidamente a destruir documentos, arrojar al mar todo el parque del
ejército que no podía cargarse en la marcha y "clavar", inutilizando,
los cuatro cañones de los fuertes del Morro y del Colorado.
Ante las
noticias del abandono, que corrieron como reguero en el pueblo, muchos optaron
por seguir a las tropas hacia el interior, huir en los vapores que hacían el
tránsito por Iquique y otros asilarse de inmediato en los buques neutrales
anclados en la rada del puerto. Entre estos últimos, el propio Prefecto de
Iquique, el general peruano Ramón López Lavalle que a toda prisa embarcó en el
navío inglés HMS Turquoise. El coronel Ríos comunica al Cuerpo de Cónsules de
la ciudad que ésta queda bajo su custodia, incluyendo los marinos de la
Esmeralda que permanecían cautivos allí (los oficiales habían sido trasladados
a Tarma) y el hospital con sus heridos y enfermos. El mismo 22 se retira,
dejando librada a su suerte a la población de Iquique.
Rápidamente
los cónsules toman decisiones en una reunión a la que no asisten autoridades
peruanas, excepto el capitán de puerto Antonio C. de la Guerra, y resuelven
dotar a los bomberos de compañías extranjeras con los medios armados para
imponer orden, y a su vez comunicarse con el comandante Latorre, jefe del
bloqueo a bordo del blindado Cochrane, para informarle de la situación y
entregarle la ciudad. El bote que lleva a los diplomáticos al Cochrane regresa
en la certidumbre de los cónsules, que el puerto será ocupado pacíficamente por
las fuerzas chilenas.
El 23 de
noviembre entran a Iquique los 125 marineros de la dotación del Cochrane, de la
Covadonga y algunos de Artillería de Marina que pertenecían a la guarnición del
blindado, al mando del segundo comandante del Cochrane, capitán de corbeta
Miguel Gaona Yáñez, quien asume, además, como Jefe de la plaza. El teniente del
Cochrane, Juan M. Simpson se hace cargo de la seguridad pública. El principal
puerto de Tarapacá y puerta principal de embarque de salitre del Perú pasaba a
manos chilenas sin dispararse un tiro. Ahora, la bandera de Chile flameaba
definitivamente en esa ciudad.
El comandante
Latorre envía a la Covadonga que, como hemos indicado, ingresa a Pisagua en la
madrugada del 23, informando al Ministro de la Guerra del desenlace tranquilo
de la toma, por lo cual el Ministro procede ese mismo día en la tarde a
embarcar al batallón del Esmeralda, y junto al general Escala se trasladan a
Iquique. En la misma tarde, se hace el acto de entrega formal de la plaza,
estableciéndose al capitán de navío Patricio Lynch como Comandante de Armas de
Iquique (hasta ahí era el comandante encargado del transporte, siendo
reemplazado por el capitán Baltasar Campillo).
Pronto el
desafío de poseer Tarapacá pasaría, de lo militar a lo financiero. Administrar
los negocios del salitre y el guano absorberían al Gobierno de Aníbal Pinto que
debía equilibrar los intereses nacionales con los privados, donde estaban
involucrados grandes empresarios británicos y franceses. Para resolver estas
delicadas cuestiones fue nombrado Delegado Fiscal de Tarapacá el señor Baltasar
Sánchez Fontecilla. Otra serie de funcionarios fueron en su auxilio, y aún
cuando no fue fácil volver a mover a la industria salitrera, el 5 de enero de
1880 el jefe de hacienda del territorio ocupado, Miguel Carreño, envió el telegrama
anunciando el embarque de los primeros 1.164 quintales por ese puerto. Chile
comenzaba así a recibir los ingresos que, arrebatados a las arcas peruanas,
ahora irían a insuflar aire a las ahogadas finanzas del país. Al menos los
medios económicos para arremeter grandes jornadas de la guerra comenzaban a
entrar lentamente al fisco.
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