LA BATALLA DE TARAPACA
27 de Noviembre de 1879
Tomás Caivano
|
* Mariano Santos Mateos,
Vencedor de Tarapacá,
soldado del Batallón
Guardias de Arequipa,
que capturó
el Estandarte
del 2do. de Línea |
Sin embargo, esta victoria, la única
que cuente el Perú en todo el curso de la guerra, y tan bien ganada como hemos
visto, no pudo en modo alguno mejorar la suerte de la lucha en la cual se
hallaba empeñado, atendida la excepcional condición, que el lector conoce, en
la cual se encontraba el ejército vencedor, y que la victoria no modificó ni
podía modificar. Tenía necesidad de víveres, de pan; y la victoria conseguida
sobre el enemigo no podía dárselos, porque no era éste quien lo privaba de
tales artículos de primera necesidad, sino el desierto que lo rodeaba por todas
partes, y la incapacidad del Presidente de la República y director supremo de
la guerra, que indolente y ocioso en Arica, nada había hecho y nada hizo para
socorrerlo. Tenía necesidad de municiones de guerra, de cartuchos; y la
victoria no hizo más que hacerle consumar los pocos que aún le quedaban. Su
situación, después de la victoria, era todavía más desesperada que antes. Aún
prescindiendo de la imposibilidad de mantenerse en Tarapacá sin víveres; si el
enemigo volvía al ataque, lo que era fuera de duda, teniendo cerca de siete mil
hombres todavía en el próximo campo de Dolores, no hubiera podido responder a
sus fuegos, ni aun con un solo disparo.
|
General Belisario Suárez |
De
consiguiente, el ejército vencedor se vio obligado a continuar sin demora su
marcha hacia Arica, ya fijada para aquel mismo día 27. La victoria no había
podido influir más que en retardarla de algunas horas; y a la medianoche, entre
el 27 y el 28, mientras los deshechos batallones chilenos, temerosos de ser
atacados al amanecer se alejaban a toda prisa del último campo de batalla, las
victoriosas fuerzas peruanas, después de haber escondido bajo la arena los
cañones tomados al enemigo y que por falta de caballos no podían llevarse
consigo se ponían lentamente en camino, tristes y hambrientos, en dirección a
Arica.
Gracias
a esto, el ejército chileno quedó único señor y dueño en el desierto de
Tarapacá; y tanto los hombres políticos como los escritores de Chile sacaron
argumento de aquí, para negar la derrota sufrida por las armas de su país en la
batalla de Tarapacá, la única que se hubiese realmente combatido hasta
entonces; pues, como el lector ha visto, no puede darse ese nombre ni al
desigual combate de Pisagua, donde 900 bolivianos y peruanos fueron embestidos
por diez mil chilenos, ni a la insignificante escaramuza de San Francisco, que
se redujo únicamente al intempestivo y aislado ataque de una sola división
peruana contra las formidables posiciones chilenas; ataque que el mismo
ejército chileno consideró como un simple reconocimiento preliminar hecho por
el enemigo; de tal manera que se preparó para la verdadera batalla que creía
aplazada para el día siguiente, y que la deserción de las divisiones bolivianas
y la felonía de algunos jefes y oficiales peruanos hizo imposible.
|
General Juan Buendía |
Dice
Vicuña Mackenna: “Los dos ejércitos alejábanse del sitio por opuestos rumbos
(varias horas después del combate) silenciosos y sombríos… El enemigo que se
creía transitoriamente vencedor por las ventajas momentáneas del asalto,
comenzaba la fuga hacia Arica, abandonando en el campo de batalla sus heridos
(7), los cañones que nos habían arrebatado por acaso, y el país que nosotros
habíamos venido a quitarles por la razón o por la fuerza.
¿Cuyo
era entonces y en definitiva el vencimiento militar? A la verdad, sí en la
quebrada de Tarapacá hubiera habido victoria para los enemigos y provocadores
injustos de Chile (siempre la misma fábula del lobo y el cordero), habría sido
ella interina, si tal pudiera llamarse, al paso que el éxito de las operaciones
que allí terminaron fue para las armas de Chile un éxito asombroso y completo
(8).”
El
éxito de las operaciones a que se refiere el historiador chileno fue la
posesión del desierto de Tarapacá. Pero, como hemos visto ya, esta posesión no
fue en manera alguna conquistada por el ejército chileno con la fuerza de las
armas; habiendo salido por el contrario, gravemente batido y diezmado, en la
única batalla que hubo a sostener con el enemigo en dicho desierto. Esta
posesión la obtuvo como simple consecuencia del abandono que hizo de ella el
enemigo: abandono que a su vez fue efecto de varias causas, todas
independientes de la acción de las armas de Chile; a saber: de la deslealtad o
retirada como quiera llamarse, del boliviano Daza; de los malos hábitos
revolucionarios de la mayor parte de los jefes y oficiales del ejército aliado
peruano-boliviano, y más que todo, de la incapacidad del Gobierno peruano, que
dejó su ejército abandonado a sí mismo en medio al vasto desierto, sin víveres
y municiones de guerra; de modo que éste debió huir, no del enemigo, sino del
territorio mismo que debía defender, y que lo mataba de inanición. Si el
general Prado, que permanecía inútilmente en Arica con cerca de 5,000 hombres
de los mas escogidos y disciplinados, se hubiese adelantado con una buena
provisión de víveres y municiones hacia Tarapacá, como era su deber,
inmediatamente que tuvo conocimiento de la vuelta de Daza, los sucesos hubieran
ciertamente cambiado de aspecto de una manera muy notable.
La
posesión del desierto de Tarapacá no fue de consiguiente, como pretende el
historiador chileno, el éxito de las operaciones del ejército de Chile, las
cuales no pudieron ser más mezquinas e infelices, a pesar de cuanto lo
favoreciera la fortuna, y de los grandes medios de que disponía. Fue por el
contrario efecto del inmenso malestar interior que roía por tantos conceptos a
las dos repúblicas aliadas Perú y Bolivia; las cuales, así por mar como por
tierra, en la batalla de Tarapacá como en las posteriores de Tacna y de Lima,
no fueron de ninguna manera vencidas por el enemigo, sino que se echaron a sus
pies ellas mismas, deshechas y aniquiladas por sus facciones políticas
internas, y por todos aquellos vicios que eran una consecuencia natural de sus
muchos años de revolución y desgobierno.
Quedando
dueño del desierto de Tarapacá, la posesión de cuyas fabulosas riquezas era
desde tanto tiempo su sueño dorado, Chile se lanzó sobre ellas con toda el
ansia de una inveterada codicia prodigiosamente crecida con el trascurso del
tiempo, de día en día, por el largo esperar y por la necesidad que poco a poco
se hacía sentir cada vez mas imperiosa, de aliviar con su producto las
exhaustas arcas del Tesoro. Se instaló en aquel territorio como en su casa; y a
la par que los productos aduaneros, hizo suyos también todos los del salitre y
del guano.
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