Nelson Coronel Marino
viernes, 7 de junio de 2013
LA ULTIMA NOCHE, 5 de Junio de 1880
EL
ULTIMATUM
¡Subordinación
y valor!, 5 de junio de 1880. 06:00 am. El ejército chileno
rodea Arica, la ciudad peruana, por
tierra y por mar. El agresor es muy
poderoso, tiene casi siete veces más hombres que los que defienden el morro y
su armamento es muy moderno. La playa está bloqueada por la escuadra chilena
que ha bombardeado intensamente las baterías que defienden el morro, intentando
en vano acallarlas. Con la pérdida del Huáscar y la Independencia, el Perú se
ha quedado sin flota. La camanchaca, la densa neblina que cubre todo de noche,
se va evaporando lentamente.
En
el extremo sur, en el improvisado fuerte San José, defendido por lo que queda
del batallón Tarapacá, el vigía peruano de guardia da el toque de ¡ alerta !.
Se aproxima un grupo de jinetes portando bandera blanca. Al llegar frente al
emplazamiento se detienen; el corneta chileno toca atención. El jefe del fuerte peruano, el teniente coronel
Ramón Zavala, a galope tendido, llegó a la tronera del vigía.
- Parlamentarios, mi comandante – le informa
el vigía.
Zavala coge
su largavista y lo enfoca al grupo: reconoce al mayor chileno Juan de la Cruz
Salvo acompañado por dos oficiales, un corneta y dos carabineros. Con Zavala ha
llegado el comandante Ayllón, quien le dice:
- ¡ Qué solo pase uno y con los ojos
vendados!
Zavala
ordena a su asistente que informe inmediatamente al coronel Bolognesi de la
llegada de los parlamentarios. Luego, acompañado de dos oficiales, dos
sargentos y un corneta, salió al paso de los chilenos. Cuando los dos grupos
estuvieron a 100 metros de distancia, frente a frente, hicieron alto. Después,
a paso lento, solo avanzaron al encuentro el mayor Salvo y el comandante
Zavala. Cuando estuvieron a dos metros, ambos se pararon y se saludaron
militarmente.
- Señor, por orden del jefe de mi ejército,
vengo a solicitar una entrevista con el jefe de la plaza de Arica – dijo Salvo.
- Lo conduciré ante el coronel
Bolognesi, pero tendré que vendarle los ojos – respondió Zavala. Salvo hizo una
venia de aceptación.
Zavala
cogió las riendas del caballo de Salvo y lo condujo hasta la vieja casona del
Chinchorro, donde se ha establecido la comandancia militar de Arica. El
emisario chileno ingresó al amplio salón donde lo esperaba Bolognesi.
- Buenos días, señor – saludó Salvo al
encontrarse frente a Bolognesi.
- Buenos días, señor – contestó
Bolognesi, haciendo un gesto para que Salvo tomara asiento.
- Lo escucho, señor – dijo el jefe de
la plaza militar de Arica.
- Señor, el general Baquedano desea
evitar un inútil derramamiento de sangre y me envía a pedir la rendición de
esta plaza. Conocemos sus recursos en hombres, armas y municiones. Si capitula, el ejército peruano deberá entregar
todas las armas y evacuar la plaza; el
jefe y todos los oficiales conservarán sus espadas, lo mismo que las
unidades sus banderas y saldrán con sus
tropas en desfile, recibiendo honores
militares.
Bolognesi
se paró. Mirando fíjamente al mensajero chileno le dijo:
- Dígale usted al general Baquedano que
tengo sagrados deberes que cumplir y que los cumpliré hasta quemar el último
cartucho.
- He cumplido mi misión, señor –
respondió Salvo y cuadrándose ante el jefe de Arica, hizo una ligera venia, dio media vuelta y se
retiró.
Al
salir, el comandante Zavala le volvió a vendar los ojos y lo condujo hasta la
salida del fuerte San José, donde esperaba la comitiva chilena.
- ¡ Marino ! - llamó Bolognesi.
Inmediatamente
ingresó el alférez Casimiro Marino, que era su asistente de guardia.
- ¡ A la orden, mi coronel !- contestó
el joven oficial del Granaderos de Tacna.
- Convoque a Junta de Comandantes, ¡
inmediatamente ! -ordenó Bolognesi.
- Si señor, con su permiso.
El corneta,
que se hallaba en el patio del Chinchorro, tocó llamando a reunión de
comandantes, mientras la gran campana de la catedral empezó a resonar.
En
contados momentos llegaron a la comandancia los jefes de los batallones que
defienden Arica: el marino Guillermo
More, los coroneles Inclán, Varela, Arias Aragüez, Ugarte.
Foto
tomada durante la reunión de comandantes de la guarnición de Arica, después de
la respuesta al mayor J. Salvo.
Bustamante;
los comandantes Sánchez Lagomarsino,
Saénz Peña, Ayllón, Cornejo, De la Torre.
Bolognesi
los invitó a tomar asiento.
El
jefe de la plaza les informó de la oferta de capitulación y de la respuesta
que había dado. También les dijo:
- Señores: no quiero presionar
vuestras conciencias, porque los sacrificios no serán idénticos. Ya he vivido
sesenta y tres años. ¿Qué más puedo desear que me llegue la muerte
defendiendo el honor y la dignidad de mi
patria ?. Hay entre ustedes muchos hombres jóvenes, que pueden ser útiles al
país y podrán servirlo en el porvenir.
Autorizo a quien desee dejar la plaza;
lo hará libre de toda responsabilidad; no quiero arrastrar a nadie al
sacrificio ……
Un
silencio absoluto cubrió el salón de la comandancia de Arica. Los oficiales
miraron al comandante More y le hicieron una venia, autorizándolo a hablar en
nombre de todos. More comprendió el mensaje. Inmediatamente se paró; todos los
oficiales hicieron lo mismo. Se cuadró ante Bolognesi, golpeando sonoramente
los tacos de sus grandes botas, lo saludó militarmente, y le dijo:
- Mi coronel, la guarnición de Arica se
siente orgullosa de la respuesta que ha dado su jefe al emisario chileno; lo
respalda y hará lo que usted ordene. ¡
Arica no se rinde y peleará hasta quemar el último cartucho !
Luego
gritó:
- ¡Subordinación y valor!.
Con un rugido, que más que del pecho les salió del
fondo del alma, los oficiales respondieron al unísono:
- ¡Viva
el Perú!.
Bolognesi,
conteniendo la emoción, abrazó a cada uno de sus oficiales. Luego, les ordenó:
- Señores ¡ A sus puestos de
combate!.......
El
resto del día fue muy ajetreado, en grandes carretones desde los polvorines se
trasladó hasta los fuertes y trincheras
municiones para los soldados y obuses para los cañones. También se acarreó agua,
se improvisaron botiquines, se erigieron puestos de primeros auxilios, se
acumularon sacos de arena en los parapetos, se cavaron más trincheras.
A
media tarde, el asistente de Bolognesi, ingresó a la sala de comando.
- Con su venia mi coronel, vengo a
formularle una petición.....
- Dime Casimiro...¿De qué se trata?
- Mi coronel, como usted sabe, muchos
oficiales, clases y soldados no han tenido oportunidad de formalizar sus
compromisos con sus novias o con sus concubinas y solicitan vuestra
autorización para que se realice una misa hoy, a las seis de la tarde, en la
que desean formalizar su unión matrimonial
antes de la batalla.....
Sorprendido,
el jefe le respondió:
- Por supuesto Casimiro, por
supuesto.....te pido que en mi nombre solicites al párroco y al alcalde para
que se realice el oficio y se formalicen los compromisos.
- También deseamos presentarle otra
solicitud, rogando nos perdone el atrevimiento, señor..
- Dime....
- Quisiéramos merecer el honor que el Jefe de la Guarnición de Arica sea
nuestro padrino.....
El viejo
militar se levantó, se acercó al joven asistente, lo abrazó con afecto,
mientras le decía:
- El
honor es para mí, Casimiro. Accedo con todo cariño...ve, organiza todo
lo que sea necesario. Avisa a los
comandantes y diles que les pido que me hagan el favor de acompañarme, pero que
no descuiden la vigilancia y que redoblen la guardia y los vigías. Todos los
asistentes deben portar sus armas y estar listos para regresar a sus posiciones
si así fuera necesario.....ve, hijo, que el tiempo apremia.......
Al
caer la tarde, la gruesa neblina que arrastra desde el sur la camanchaca,
empezó a cubrir toda la ciudad. El frío de junio hacía temblar a los que se
hallaban a la intemperie.
Una
multitud se dirigió hacia la catedral de Arica, cuyo atrio estaba débilmente
iluminado. Cuando se abrieron las
grandes puertas del templo, los novios ingresaron primero y se colocaron a la
derecha. Alguno eran jóvenes oficiales, la mayoría clases y soldados.
Luego entraron las novias. Unas
llevaban blancos trajes de novia, sacados apresuradamente de los arcones de las
madres y de las abuelas; otras algún vestidito blanco de domingo. La mayor
parte vestía largas faldas negras e
impecables blusas blancas, las trenzas bien peinadas. Algunas iban descalzas y
otras llevaban pequeños críos de brazos. Todas portaban en las manos un ramito
de flores, a manera de bouquet.
Al frente, en impecable uniforme de
gala, iba el jefe de la plaza de Arica llevando del brazo a la joven Amalia
Corro, la novia del alférez Casimiro Marino. Los jefes de las unidades de
la guarnición venían a continuación
llevando también del brazo a otras novias.
Desde el coro de la catedral, un
órgano, acompañado de cinco violines empezó a entonar la marcha nupcial.
Cuando se inició la homilía, el
párroco de Arica narró las bodas de Canàan y su significado, pero poco a poco
el discurso fue transformándose para recordar la batalla de las Termópilas y la
fiera decisión de los trescientos espartanos que detuvieron a las tropas de
Jerjes. Igualmente recordó la invocación de las esposas y madres que al
despedir a los combatientes que salían a dar batalla, les pedían que regresaran
con el escudo o sobre el escudo. Todos los asistentes comulgaron.
Era muy extraño ver a los militares
arrodillados, sosteniendo con la izquierda sus largos fusiles o los sables de
combate, mientras con gran contricción recibían la hostia. Era absolutamente
inusual entrar a misa con armas, pero el párroco comprendió la orden dada por
el comandante de la plaza y autorizó el ingreso a la iglesia de esta manera.
Al concluir la ceremonia, los
flamantes cónyuges salieron bajo los arcos formados con espadas que los
oficiales de la guarnición cruzaron como homenaje a los recién casados.
En el atrio se improvisó un
brindis. Luego la banda del batallón Artesanos de Tacna rompió a tocar el vals
de los novios. Después de bailar, todos se despidieron en medio de abrazos. Las
parejas se fueron con cierta prisa. Los oficiales habían comunicado a los
recién casados que el permiso concluía a las cuatro de la mañana y que, a esa
hora, todos debían estar en sus puestos de combate.
Esa
noche, las parejas la vivieron como la víspera del fin del mundo, la noche
anterior a la hecatombe final. Con angustia, con dolor, con pasión
desenfrenada, cada instante fue el más importante y también el más triste de
sus vidas.
A las cuatro de la mañana, un
murmullo empezó a crecer como una gran ola, como un tsunami que se aproxima a
la costa. Fue repetido por todas las bocas: ¡VIENEN LOS CHILENOS!
Nelson Coronel Marino
Coronelson42@gmail.com
Basado en el Cuaderno de Apuntes:
50 Años Defendiendo al Perú
de Casimiro Marino Ara
Alférez del Batallón Granaderos de Tacna
Concurrente a las batallas de
Tarapacá, Alto de la Alianza, Arica.
Dirigente de la resistencia peruana
entre 1885-1929 en Tacna Ocupada.
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