“Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño»”.
martes, 18 de octubre de 2011
"EL TONEL DE DIOGENES"
Diógenes entre los sabios
cínicos es seguramente el más cautivante, al punto que su figura se ha
convertido en una leyenda. Se cuenta que vivía en un tonel. Su
aspecto era descuidado y su estilo burlón. Era en extremo transgresor. Platón llegó
a decir de él que era “un Sócrates que se había vuelto loco”.
Nacido
en Sínope, la actual Turquía, en el año 413 a.C. Por cuestiones económicas fue
desterrado de su ciudad natal, hecho que tomó con cierta ironía: «Ellos me
condenan a irme y yo los condeno a quedarse.» Fue así que anduvo por Esparta,
Corinto y Atenas. En esta última ciudad, frecuentando el gimnasio Cinosargo, se
hizo discípulo de Antístenes.
A
partir de entonces adoptó la indumentaria, las ideas y el estilo de vida de los
cínicos. Vivió en la más absoluta austeridad y criticó sin piedad las
instituciones sociales. Su comida era sencilla. Dormía en la calle o bajo algún
pórtico. Mostraba desprecio por las normas sociales. Se burlaba de los hombres
cultos —que leían los sufrimientos de Ulises en la Odisea mientras desatendían
los suyos propios— y de los sofistas y los teóricos —que se ocupaban de hacer
valer la verdad y no de practicarla—. También menospreciaba las Ciencias (la
Geometría, la Astronomía y la Música) que no conducían a la verdadera
felicidad, a la autosuficiencia.
Sólo
admitía tener lo indispensable. Cuentan que un día, viendo que un muchacho
tomaba agua con las manos, comprendió que no necesitaba su jarro y lo arrojó
lejos.
En
otra ocasión, cuando estaba en Corinto, cuando el mismísimo Alejandro Magno se
le acercó y le preguntó: «¿Hay algo que pueda hacer por ti?», Diógenes le
respondió: «Sí, correrte. Me estás tapando el sol.»
“Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño»”.
“Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño»”.
“Alguien
muy supersticioso le amenazó: «De un solo puñetazo te romperé la cara»”;
Diógenes replicó: « Y yo, de un solo estornudo a tu izquierda te haré
temblar»”.
“Habiéndole
uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en
ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y la escupió a la cara del
dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más
inmundo en toda la casa”.
“A
uno que le reprochó: «Te dedicas a la filosofía y nada sabes», le respondió:
«Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía»”.
“A
uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un
atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún
y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un tiempo y, riéndose,
exclamó: «Un atún ha echado a perder nuestra amistad»”.
“En
otra ocasión, gritó: « ¡Hombres a mí!» Al acudir una gran multitud les despachó
golpeándolos con el bastón: «Hombres he dicho, no basura»”.
“Estaba
en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía,
contestó: «Me ejercito en fracasar.»
Para
mendigar –lo que hacía a causa de su pobreza- usaba la fórmula: «Si ya has dado
a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo.»”
“«
¿Por qué –se le preguntó- la gente da dinero a los mendigos y no a los
filósofos?» «Porque –repuso- piensan que, algún día, pueden llegar a ser
inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás»”.
“Pedía
limosna a un individuo de mal carácter. Este le dijo: «Te daré, si logras
convencerme.» «Si yo fuera capaz de persuadirte –contestó Diógenes- te
persuadiría para que te ahorcaras»”.
“En
un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes,
comportándose como un perro, orinó allí mismo”.
En
una oportunidad salió a una plaza de Atenas en pleno día portando una lámpara.
Mientras caminaba decía: «Busco a un hombre.» «La ciudad está llena de
hombres», le dijeron. A lo que él respondió: «Busco a un hombre de verdad, uno
que viva por sí mismo [no un indiferenciado miembro del rebaño].»
Durante
un viaje en barco fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en Creta.
Los vendedores le preguntaron para qué era hábil y él contestó: «Para mandar.»
Lo compró Xeniades de Corinto y le devolvió la libertad convirtiéndolo en tutor
de sus hijos.
Diógenes
escribió varias obras, probablemente en forma de aforismos, que se han perdido.
Murió en Corinto en el año 327 a.C. Algunos afirman que se suicidó
conteniendo el aliento; otros que falleció por las mordeduras de un perro.
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