Descanse en paz, amigo.
El último adiós de ‘Veguita’, el librero de los
periodistas
Martes, 29 de enero de 2013 | 7:03 am
Ayer no
fue un lunes cualquiera. Se fue el hombre que cultivó la lectura en cada hombre
de prensa. Sus familiares indicaron que revisarán sus casi 200 libros para
venderlos a los amigos de 'Veguita'.
Eduardo Salinas.
"Mi epitafio será:
Comerán los gusanos lo que dejaron las polillas", solía decir en
vida Jorge Vega, 'Veguita', quien dejó de existir debido a
un paro cardiaco desatado por el Parkinson y el cáncer ocular
que sufría.
Esa entrañable frase
que en algún momento publicó La República será
inmortalizada en la memoria de cada periodista que disfrutó de un buen
libro gracias a sus recomendaciones. El librero más antiguo de
Lima dejó de existir, pero antes de irse logró vivir sus últimos días
con su familia: sus hermanos.
"Ahora Jorge debe de estar recomendándole libros al mismo Dios –cuenta
con gracia su hermano Eduardo, momentos antes de recibir las
cenizas de 'Veguita'– esta urna con sus restos estarán en un lugar muy especial
en mi vivienda. Descansará a lado de mi hermano Mario, quien fue el
primero en marcharse", comenta con mucha nostalgia y pena.
Por décadas 'Veguita'
hizo de su placer por la lectura su modo de vida. Las redacciones de
los principales diarios y revistas de Lima han sido testigos del incansable
trabajo que ha desplegado este hombre, buscando promover en el
periodismo el amor por los libros.
"Los
libros son los amigos que nos socorren en los momentos más inesperados de
nuestra vida, si no puedes llamar a nadie, en tu biblioteca encuentras justo la
frase que necesitabas para serenarte y planificar tus ideas", solía decir 'Veguita', citando al escritor
austriaco Stefan Zweig.
Vega 'Veguita' inició
su carrera de lector a los 5 años. Su primer libro fue Corazón
de Edmundo de Amicis, pero el mejor de su vida sin duda fue “El Quijote”,
de Miguel de Cervantes Saavedra. “Lo tiene todo. Es la creación de
la novela: personajes increíbles. Tiene la mezcla de la comicidad y el humor
profundo”, dijo en una entrevista.
¿Qué era más placentero la lectura
o el sexo?, era la pregunta que siempre le gustaba responder a ‘Veguita’.
Su respuesta era genial y a la vez diplomática, ya que ambos
placeres son diferentes. "Mi placer más intenso debería de ser el sexo,
pero lamentablemente el orgasmo dura ocho minutos, en
cambio la lectura puede durar mucho más. Un buen libro
te atrapa hasta que lo terminas. Por ejemplo: ‘El Quijote’, lo llegaba a leer
hasta en 3 días”.
Su paso trémulo y cansado
llegó a distintos restaurantes y bares de
Lima. El más concurrido por ‘Veguita’ y sus amigos era el Croata, en el Centro
de Lima, donde atiende don Emilio, quien siempre le tenía listo su ‘Torito’,
que era un suculento chilcano con una rodaja de rocoto en la
copa. Sin olvidar también el restaurante Suizo, en La Herradura.
“Mi hermano se fue caminando, como lo solía hacer para llegar a su playa,
La Herradura. Siento que poco sufrió. A veces se sentía solo y eso lo deprimió,
pero a pesar de ello, él amó su vida, porque siempre fue independiente. Amó la
lectura, el pisco, el anisado... Había muchas cosas en el mundo que lo hacían
feliz”, rememora su hermana Carmen Vega.
Ella recuerda los
innumerables libros que pasaron en su sala. Cuenta que en su biblioteca
aún queda alrededor de 200 libros que esperan ser leídos,
por ello dijo: “Todos los libros los vamos a revisar, seleccionar y avisaremos
a los amigos de mi hermano para venderlos. Creemos que muchos periodistas
estarán ansiosos de conseguir un ejemplar que quedó en casa”.
Como ‘Veguita’ decía, “por la
alegría vivo y por la alegría muero. ¡Qué jamás se me vincule en la tristeza!”.
Y así será, querido ‘Veguita’. Te recordaremos siempre feliz y con mucha
vida. Descansa en paz.
CLAVE
Cremación. Los restos de 'Veguita' fueron cremados en el cementerio de la Policía, Santa Rosa, en Chorrillos.
Las cenizas del querido librero serán guardadas en la casa de sus hermanos.
TESTIMONIOS:
Las viudas de "veguita"
Ángel Páez
Jefe de la Unidad de Investigación.
Muerto uno, aparecen las viudas. Las viudas de los bares, las viudas de los
burdeles, las viudas de las librerías, las viudas de los restoranes, las viudas
de las redacciones, en fin. Ahora que se ha ido para siempre,
"Veguita" debe tener un ejército de viudas. Después de casi treinta
años de amistad –y complicidad– probablemente no hay manera de evitar de que yo
también lo sea.
“Veguita” era un
apasionado de la ópera. Su oído era prodigioso. Se sabía de memoria la letra de
numerosas arias. De todas las amantes que tuvo en Huatica, recordaba especialmente a una francesa con la que cantaba
cada vez que terminaban de hacer el amor. Su pasión lo llevó hasta La Scala, en
Milán, donde recaló luego de vender una biblioteca completa sobre Lima.
He visto sollozar de emoción a “Veguita” cuando escuchaba a Tito Gobbi,
Beniamino Gigli, Ferruccio Tagliavini, Tito Schipa o Jussi Jörling, sus
favoritos. Conocía la historia de cada uno, con un detalle asombroso, y sabía
diferenciar las cualidades de uno y del otro. Una vez conseguí un disco con las
grabaciones originales que hizo Enrico Caruso en un fonógrafo con cilindros de
cera. Mientras el italiano se desgañitaba, "Veguita", entre lágrimas,
me dijo: "Yo cantaba así antes de dedicarme al alcohol y perdiera la
voz". No habrá otro como él.
El amante de la libertad
Carlos Páucar
Editor de la sección Sociedad
A Veguita le debo mi colección de libros de Ray Bradbury, entre mis
favoritos. También estudios sobre Lima, discos de carbón de Montes y Manrique,
reportajes del mundial de 1930, recortes iniciales de Vargas Llosa, mucha
literatura, diccionarios, recetarios, reportajes... Y le debo mucho más.
Largas conversaciones, su ironía, su verbo atrevido, sus historias sin fin,
sus anécdotas con periodistas, con literatos, con bohemios de todo plumaje… No
temo pasar por cursi y afirmo: se le extrañará. Por la facilidad con la que
mataba al aburrimiento, por su agudeza crítica, su intolerancia con los
exquisitos y divos, su atención a los más jóvenes.
Pocos como él para usar la palabra afilada, precedida por esa sonrisa de
palomilla a punto de ser descubierta.
Se fue el galán de La Herradura, el que quiso desasnar a varios reporteros
y falló en el intento, el periodista que renunció a serlo para ir de bar en
mar, el que odiaba tener jefes y también serlo. Se fue el amante de la
libertad, de los libros, del vino. “¿Morir? Cómo me va a desagradar –me dijo
hace unos días, antes de lanzar una carcajada–, para lo que voy a dejar de
ver”… Aunque empiezo a sospechar que no se ha ido, para mí que es otra de sus
terribles ocurrencias. Ya, Veguita, caramba, deja de joder.
El memorioso inmortal
Roberto Ochoa
Editor de las secciones Mundo y Andares
Ni tú ni nadie tomó en serio tu enfermedad porque te hacíamos inmortal,
Veguita.
Tan inmortal como la hierba mala.
Será por eso que armé esa “fiesta de cuerpo presente” en casa pero siempre
tuve la esperanza de que gastaste lo recaudado en buenos piscos y mejores
cebichitos frente al mar de La Herradura.
Fiel a tu mala fama de
memorioso, aquella vez identificaste en mi biblioteca varias de la joyas que
vinieron de ti: la verdadera primera edición de La Ciudad y los Perros, La Casa
de Cartón, El Quijote con cientos de ilustraciones de Doré, el primer
Pachacútec, un par de incunables y, entre otras maravillas editoriales,
aquellas dos primeras ediciones de Borges que en estos momentos leo al saber tu
muerte y donde rescato un verso que ahora parafraseo porque te cae a pelo: El
mundo será un poco más pobre ahora que Veguita ha Muerto.
¡Salud, camarada! Brindo por los buenos tiempos,
putañero feliz.