Intereses británicos iniciaron la Guerra del Pacífico en 1879
La
"Nitrates and Railway Company of Antofagasta" fue la empresa de
capitales británicos y chilenos, responsable del inicio de la Guerra del
Pacifico. El 19 de marzo de 1868 se constituyó la "Melbourne Clark y
Cía" con capitales británicos y chilenos para explotar el salitre de
Antofagasta y en 1872 en la "Nitrates and Railway Company of
Antofagasta". Sus accionistas fundadores eran la británica Gibbs &
Cia, el senador chileno Agustín Edwards Ossandón y el diputado chileno
Francisco Puelma.
El 27 de noviembre de 1873, la "Nitrates and
Railway Company of Antofagasta" firmó un contrato con el gobierno de
Bolivia, que le autorizaba la explotación del mineral libre de derechos por 15
años, desde la bahía de Antofagasta hasta Salinas, incluyendo el Salar del Carmen.
Este contrato no fue ratificado por el Congreso de Bolivia.
En 1874 Chile y Bolivia suscribieron un tratado de
límites, en reemplazo de uno anterior, de 1866. Dentro de sus puntos estaba la
obligación de no imponer nuevos tributos a las personas, industrias y capitales
chilenos durante 25 años.
Para Bolivia el contrato de 1873 aún no se
encontraba vigente, porque de acuerdo a la constitución boliviana, los
contratos sobre recursos naturales debían aprobarse por el congreso. En 1878 el
Asamblea Nacional Constituyente boliviana decidió ratificar el contrato si se
pagaba un impuesto de 10 centavos sobre quintal exportado de territorio
boliviano.
Esta decisión que afectaba los intereses de la
"Nitrates and Railway Company of Antofagasta", finalmente fue
considerada por el gobierno chileno como una violación al artículo IV del
tratado de 1874 y el inicio de la Guerra del Pacífico.
Sin embargo, la "Nitrates and Railway Company
of Antofagasta" si empezó a pagar un impuesto de 40 centavos al gobierno.
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CHILE EN EL PRIMER CENTENARIO (1910)
http://www.midulcepatria.cl/chile-en-el-primer-centenario/
Por
cierto, cuando nuestro país celebró el Centenario, existían dos Chiles
diferentes: el primero triunfante, económicamente rico, que había heredado de
la Guerra del Pacífico la riqueza de las dos grandes provincias
salitreras – Tarapacá y Antofagasta- la oligarquía, poseedora absoluta
del poder, podía vanagloriarse de los éxitos logrados por Chile en cien años.
Las damas de la aristocracia competían entre ellas para agasajar a los
invitados extranjeros, con los dineros fiscales; se preparaba el clásico derby
en el hipódromo, con caballeros vestidos de colero y las damas luciendo sus
mejores sombreros. Se construyeron grandes edificios públicos, como el museo de
Bellas Artes y la tienda Gath y Chávez , en Santiago y el
alumbrado eléctrico, pero muchas otras inauguraciones sólo quedaron
en la primera piedra.
Este
era el Chile contento y saciado, que vivía de las riquezas del salitre y, ni
siquiera, pagaba impuesto a renta, sólo algunas desgracias nublaban este claro
panorama: en agosto de 1910 moría el presidente Pedro Montt, en Bremen,
Alemania y, a causa de un resfrío moría también su sucesor, don Elías Fernández
Albano. Chile se encontraba sin presidente a días de la celebración del
Centenario. Quién podría ocupar el cargo? Normalmente le correspondía al
ministro más antiguo – considérese que la duración media de los secretarios de
Estado, en la república plutocrática no superaba los cuatro meses; la única
persona que reunía las condiciones preestablecidas era don Luís Izquierdo, pero
una dama enamorada de don Emiliano Figueroa solicitó a don Luís dejar el
paso a Emiliano Figueroa. Nada más adecuado que este personaje para presidir
las fiestas del Centenario: hombre de mundo, galante y afortunado, era el
perfecto dandy para recibir la visita del mandatario argentino, Figueroa
Alcorta y demás invitados.
El
otro Chile vivía en la miseria: en el norte los obreros del salitre trabajaban
más de doce horas diarias, sin ninguna seguridad en el empleo y con el
riesgo de caer, permanentemente en esas tinas hirvientes que eran los
cachuchos; ganaban un salario entre cuatro y seis pesos, que se devaluaban
continuamente a causa de la implantación del papel moneda. Por lo demás, a
mayoría recibía el salario en fichas que eran canjeadas sólo en la pulpería de
la oficina salitrera. En general, el kilo de carne no era tal, sino tres
cuartos, pues las pesas eran arregladas a su antojo por los pulperos. Las
habitaciones eran verdaderas barracas, hirvientes durante el día y heladas en
la noche. Los habitantes de las grandes ciudades vivían en conventillos, en las
famosas piezas redondas, que hacinaban hombres, mujeres y niños, con el riesgo
de la promiscuidad permanente.
En
la época del Centenario, un tercio de los niños moría antes del año de vida; la
tuberculosis, el tifus y otras epidemias derivadas de la situación de pobreza,
diezmaban a la población. Tan alta tasa de mortalidad llevó a afirmar a
Tancredo Pinochet – escritor y periodista -, que Chile era un verdadero
matadero. Incluso hubo años, a comienzos del siglo XX, en que población
disminuyó ostensiblemente.
Las
fiestas del Centenario tuvieron una duración de diez días – del 12 de
septiembre al 22 del mismo mes- en las cuales se realizaron todo tipo de
ceremonias, concursos y festejos varios. La delegación principal era la
argentina…también había representantes de los demás países latinoamericanos. En
su mayoría, las delegaciones eran alojadas en los palacios de las familias
aristocráticas.
Después
de tantas festividades, al fin llegó el gran día: en la mañana sonaron las
campanas de las iglesias de Santiago, las calles del centro se llenaron de
personas, que querían celebrar el Aniversario de la Junta de Gobierno; todo
estaba preparado para el Te Deum, cuya homilía fue pronunciada por el arzobispo
de Buenos Aires, Mariano Espinoza, pues en Santiago, el prelado Juan Ignacio
González se encontraba enfermo; después de esta ceremonias, vino el desfile
militar y, a las 14:55 horas, el alcalde de Santiago ofreció un almuerzo de
honor a las personalices invitadas. En la tarde, en el Teatro Municipal, se
presentó la Ópera Aída, en homenaje al cuerpo diplomático. En la noche se
lanzaron fuegos artificiales, en el Cerro Santa Lucía.
El
19 de septiembre se realizó la Revista militar, donde se lucieron los cadetes
del Colegio Militar. El 21 de septiembre se corrió, en el Club Hípico, el
premio del Centenario, cuyo monto era de 40.000 pesos –contra todo pronóstico,
ganó el caballo chileno Altanero, contra los favoritos argentinos. Finalmente,
hubo una fiesta en el Club de la Unión, ofrecida por la aristocracia chilena al
presidente argentino.
Por
último, junto a las ceremonias, cenas y ferias, hubo algunos concursos
importantes, como la Exposición Internacional de Bellas Artes que,
curiosamente, no se invitó al pintor chileno más famoso de esa época, Juan
Francisco González quien, dolido y humillado, preparó una muestra en el Salón
llamado de los “rechazados”. También se realizó una exposición histórica del
Centenario y una muestra nacional e internacional sobre agricultura e industria.
En el concurso de novela ganó Ansia, de Fernando Santiván – perteneciente al
famoso Grupo de los Diez- que consistía en un relato autobiográfico sobre las
dificultades de un escritor de clase media en su inserción en la sociedad
chilena.
El
pueblo participó del Centenario desde lejos, mirando los desfiles y demás
actividades; la municipalidad de Santiago preparó, en algunas plazas, como la
del roto chileno, en el barrio Yungay, proyecciones gratuitas de cine -
en esa época se llamaba Biógrafo- y carreras de sacos, que en ese tiempo eran
populares, incluso para los adultos; hubo una feria del Centenario que tenía
tiro al blanco, rayuela y otros juegos, así como danzas populares y zarzuelas.
Las fiestas del Centenario fue más una celebración de la oligarquía
plutocrática que un acontecimiento con participación popular.
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